viernes, 20 de septiembre de 2013

Truco o trato. Maeve Madrigal





La Novia Cadáver llego al depósito a última hora de la madrugada del lunes. Una hora sin mucha actividad; a la gente la gusta morirse el domingo con las primeras luces del alba, o después de las fiestas de navidad. Aguantan todo el día del Sábado, los santos y cumpleaños, las vacaciones y las fiestas de guardar y, sólo entonces, como si fuera el premio a una carrera absurda reservada para idiotas, exhalan un pequeño suspiro y se pegan un tiro. O dejan que el cáncer gane la partida -o el sufrimiento infinito del alma a oscuras- o que les atropelle un coche al cruzar un semáforo, cuando el devenir del día a día por fin se ha normalizado y las calles ya no están repletas de borrachos y tarados. Porque hasta la gente con menos sentido de la ironía y del humor tiende a hacer un guiño a esta vida tan puta antes de hacer la última reverencia.

A Pelo Rojo le quedó claro enseguida que la falta de sentido del humor y de la ironía no iba a ser un problema con la Novia Cadáver. Al abrir la cremallera de la bolsa transporte, la habitación se cuajó de un profundo olor a rosas rosas, tan denso y asfixiante que a  Pelo Rojo y Barbilla Asustadiza, acostumbrados a desayunar entre frascos de muestras biológicas y de éter,  se les revolvió la bilis hasta el punto de necesitar salir unos minutos. Meses después, cuando el recuerdo aquello se iba, por fin, apagando, Barbilla Asustadiza aún creería percibir ese olor intenso a naturaleza palpitante y muerta cuando metiera la cabeza en su propio armario al vestirse cada día. Pelo Rojo pudo con ello. Barbilla Asustadiza no, y fue así como el ayudante pelirrojo se quedó a la luz tenue del alba, atravesando el cristal esmerilado de la única ventana, allí   sólo, preparando el cuerpo para la primera autopsia del día; lo que demuestra que todo no es más que casualidad, casualidad e ironía, y el destino se columpia ante nosotros y se ríe de nosotros y juega a los dados con nuestra vida. 

El procedimiento por lo demás era sencillo, descubrir el cadáver, cortar cuidadosamente sus ropas y embolsarlas en los sacos de pruebas, retirar los restos que pudiera haber bajo las uñas, guardar y etiquetar sus joyas y objetos personales, hacer las fotografías, lavar el cuerpo, sacar el instrumental del autoclave y esperar al forense de guardia. Pero la Novia Cadáver también quería ser diferente en esto. Su cuerpo, pálido y lechoso, sólo estaba vestido por unas esposas cerradas de pinchos metálicos; una soga gruesa de seda color chocolate rodeaba flojamente su cuello, largo y muy delgado, y una corona de rosas, delicadamente rosa, alrededor de su frente, que ceñía su melena negra y brillante hasta la altura de las corvas. Era de una belleza deslumbrante, una especie de imagen espectral salida de un cuento de Poe, con sus pestañas largas y espesas rodeando unas enormes pupilas, sin color ahora, bajo la esquerótica muerta, y con sus pezones cóncavos y blandos como fresas. El extraño olor de su corona de novia lo invadía todo, y Pelo Rojo comenzó a afanarse por terminar rápido una labor que había repetido mil veces, sobre los cuerpos de los muertos de parientes, de sobrinos, de padres y de hermanos, de cuñados y de hijos que, hasta este día, nunca había querido poner nombre ni mirar fijamente, protegido por la inconsciencia con la que cubre la ciencia a los que manejan la vida más allá de la muerte.

No tenía nada oculto bajo sus uñas, ni señal alguna de lucha en su piel perfecta... demasiado perfecta, siquiera un rasguño bajo la soga en su cuello. Si había muerto siendo torturada, había sido una tortura más dulce que la que pueda llevar a cualquier ser humano hasta la muerte. Al girarla, Pelo Rojo no encontró ni tan siquiera la señal púrpura de la lividez bajo sus caderas. Una muerta que se negaba a aparecer suficientemente muerta. Una muerta magnética y hermosa, con una hermosura algo terrible -al fin y al cabo estaba muerta- y que olía a flores raras. La habitación que apestaba a ese tufo extraño y penetrante, su propia bata, su propio pelo, Pelo Rojo era consciente de ello, invadido por las flores de otro mundo. Se separó de la mesa de autopsias un momento, para recuperar el aliento, ponerse serio y responsable, dejar de pensar tonterías. Dejar de pensar siquiera. Entonces fue cuando vio, entre los labios perfectamente afeitados de su pubis, asomar una piedra brillante. Los separó con cuidado, con los dedos enguantados, para descubrir un piercing adornado con un brillante falso, que atravesaba su clítoris. Su clítoris aún sonrosado, pegajoso, dulce como una golosina. Lo acarició con un dedo y notó que aún desprendía calor. En su mente, apenas fue un coqueteo con la idea de lamerlo y nunca ya pudo saber si había sido el olor de las flores, que consiguió emborracharle como un trago de absenta, cuando la idea se convirtió en anhelo y el anhelo se convirtió en fuego y su lengua ya estaba envolviendo en saliva el piercing brillante de acero, el mecanismo hidraúlico de la puerta del deposito soltó un bufido para dejar paso al forense, la Novia Cadáver se incorporó de golpe de su sueño y el corazón de Pelo Rojo dio el último latido de su vida, antes de enviar toda la sangre de su cuerpo hasta su miembro y dejar de latir para siempre, sin que le diera siquiera tiempo a entender que se moría. 



4 comentarios:

  1. ¿Como es posible que tanta muerte me haya dejado excitado y cabreado?
    Por lo que podría haber pasado.
    Por lo que paso.
    Me he reído, aun excitado.
    Un placer leerlo.
    Atentamente Johnson Ulises.

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