martes, 27 de noviembre de 2012

Marina en el bus. Ishay




El autobús llega puntual y Marina pasa su tarjeta de estudiante sobre el dispositivo magnético. La universidad no está lejos, pero sí lo suficiente como para tener que hacer ese rutinario viaje matinal.

Atraviesa el pasillo y llega al fondo del autobús, donde tres mujeres gruesas chismorrean haciendo caso omiso al hombre que hay a su lado y dos chicas jovencitas planean su próxima quedada.

Marina alza la mano para asir la barra superior y desenvuelve una piruleta, ayudándose con los dientes, con forma de corazón para entretener un poco el viaje. Es rojiza, pegajosa y dulce al tacto de la lengua.

Mientras la saborea su mirada se pierde en el paisaje a través de la ventana hasta que, al girar la cabeza, se fija en el hombre a su lado con la mirada atenta en su escote.

El top blanco y liviano que lleva ceñido dibuja su busto a la perfección. Preferiría disimularlo un poco más, pero esos días hace calor y el trayecto se torna asfixiante. El hombre alza la vista y sus miradas se cruzan solo para volver a desviarse en direcciones opuestas, al percatarse de haber sido descubierto en su intencionado descuido.

Ella se gira para ocultar la tentación a la vista del hombre y trata de continuar el viaje con normalidad. Pero un giro brusco le hace perder el equilibrio y tropieza de espaldas con él, quen la sujeta tomándola del vientre e imprimiendo sobre su piel jovial el tacto áspero de su mano. Marina le mira de reojo y él le dedica una sonrisa un tanto sardónica, mientras retira su mano deslizando las yemas de sus dedos sobre ella durante un largo segundo.

Marina se ve atrapada entre las mujeres y el desconocido, apretada contra su cuerpo y sin poder reaccionar. Se sobresalta al sentir una incipiente presión sobre su falda y un aliento viciado sobre su cuello desnudo. Unos dedos masculinos se rozan contra su cintura aprovechando cada vaivén del autobús, erizándole la dermis en la franja que queda descubierta entre la parte inferior del top y sus jeans, sintiendo cómo en algunas arremetidas el tacto llega hasta la frontera de su ombligo.

Su mente se empieza a ofuscar y un leve mareo se apodera de ella, haciendo que no consiga distinguir las palabras que alguien le susurra al oído. 

Un frenazo del autobús la saca de su ensimismamiento y reconoce su parada, apeándose velozmente del autobús para entrar en la cafetería donde ha quedado con sus compañeras de la universidad.

Entra directamente en el baño y se refresca un poco la cara. Aún con los nervios a flor de piel, trata de respirar con calma y echa el cierre del baño para tranquilizarse.

Al día siguiente, Marina se sube al autobús para acudir a la universidad.

El conductor la ve pasar de reojo, luciendo un bonito vestido azul de primavera, con escote y una faldita que le deja las piernas al descubierto un palmo por encima de las rodillas. Podría haber escogido uno más largo, pero es verano y hace calor.

Espera a que haya terminado de cruzar la zona con asientos libres y se acomode en el fondo del autobús, donde tres mujeres están hablando entre ellas y hay dos chicos con aspecto de deportistas.

La ve colocarse justo entre ellos y cómo saca una piruleta roja con forma de corazón.

El conductor se ríe y arranca el autobús.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Tengo en la retina tatuada tu imagen. Lourdes Lasheras





Tengo en la retina tatuada tu imagen, pero tu rostro se desdibuja con el tiempo.
El contorno de tus labios se ha convertido, cuando intento recordarte en un borrón de sangre desvaído.
El ámbar de tus ojos, ahora, solo es el fondo de un pozo que refleja soledad.
Tus hombros, tu cuello y tu pecho, que albergaron mi reposo y mi inquietud, son una informe masa de carne desolada.
Tu nombre aún cuelga en mi paladar, lo rozo con la lengua y rebota entre mis dientes. Me esfuerzo en pronunciarlo o escupirlo y sacarlo de mí, pero es en vano. Tampoco mis lagrimas y mi orgullo son suficientes para tragarlo y permanece en mi boca como una melodía inconclusa.
Los años acentúan cada pliegue de esta piel ajada y en cada uno se conserva, al menos, uno de tus besos. Y en cada poro de cada centímetro de mi piel todavía escuece la sal del sudor que compartimos.
Tu olor, que permanece bordado en el filo de mi almohada, inunda mis sueños, escarcha mi aliento y hiela mis huesos.
Y la añoranza, como un eterno sudario, cubre las curvas de mi cuerpo donde pernoctaron tus caricias.




sábado, 17 de noviembre de 2012

Clases de cine. Mara Blackflower








Cruzo las piernas. Aprieto los muslos. Una rodilla bloquea la circulación de la otra.
Me inclino hacia delante en el asiento. Espalda recta, pechos turgentes. Entreabro los labios. Sé que la sangre se me acumula en la entrepierna. Siento cómo las mejillas toman color. Me brillan los ojos. La música disminuye y la pantalla se torna lentamente negra.
Sé que no soy la única que se ha quedado a medias.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Muñeca de Carne. Israel Esteban



Te tengo que tocar para saber que estás viva.
Sé que vives porque andas, gesticulas, comes, bebes y respiras; eso es lo que te salva.
A veces olvido que estás ahí. Cuando conduzco miro a mi derecha y al verte me asusto; me gusta cuando callas pero es que eso es casi siempre.
Cuando apoyas la frente en la ventanilla, los cristales se quedan empañados por efecto de la respiración. Si un día te vas para siempre, quisiera saber en qué momento, por eso te miro.
Te cojo de la mano cuando vamos paseando por la calle, no te siento. Eres como un manojo de carne y huesos que arrastro a cada paso, como cuando un carnicero lleva al hombro esa pieza ensangrentada y basculante.
Te abrazo y cojo tus extremidades para que rodees mi cuello. Te beso y con mi lengua intento encontrar la tuya; apenas la rozo cuando tus dientes caen por su propio peso, impidiéndome el paso.
Me conformo con apoyarme en tus confortables labios. Me conformo en deleitarme con el constante efluvio de feromonas que emergen de tu cuerpo. Es tu olor y tu rostro lo que me retienen.
Lleno la bañera de espuma, te meto en ella y enjabono todo tu cuerpo. Me encanta acariciar tu sexo.
Te llevo hasta la cama y hundo mi lengua entre tus piernas. Me gusta cuando gimes, cuando gritas estás viva, cuando te penetro dices que me quieres y que eres mía.

Cuando llega el inevitable clímax y el germen ha quedado dentro de tu  vientre estéril, me mandas separarme.


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lunes, 12 de noviembre de 2012

Los Besos. José Pablo Barragán Nieto

el miscere duas iuncta per ora animas
Johannes Secundus



Fíjate qué curioso. Podríamos
tratar de calibrar el éxtasis que alcanzan
nuestras conciencias cuando están unidas,
ensayar otro género de amor
basado en abstracciones de la mente,
o indagar en el fondo del mar de la materia
buscando la sustancia primordial
que lo subyace. Y, mira, sin embargo,
aquí estamos, besándonos,
repitiendo estos gestos tan viejos como el mundo.
Pero, oye, con el firme propósito, eso sí,
de elevar al cuadrado los besos de Catulo
y hacer pasar por soso el Kamasutra de Oriente.
Aunque ya no vayamos a escandalizar a nadie,
y a fuerza de besos aburramos a los críticos.



de Lugares Comunes. (Universidad de Sevilla, 2008)

INGUZ MENTTI


Comerte
como una perra
(...)

Lo que no sé 
saborearte
como una 
humana




miércoles, 7 de noviembre de 2012

Sin Título. Emilio M. Martínez Eguren





Dicen que la nostalgia es el dolor por lo que ha pasado, y no obstante siento ahora nostalgia de ti, y, a la vez, excitación por ti, al recordarte. Y revivo la última noche que pasamos juntos, ¿te acuerdas, cariño? Habíamos alquilado una porno, de esas masoquistas que tanto nos gustaban, y que luego solíamos llevar a la práctica, y vimos unas escenas, y estábamos tan excitados, y después de meternos nuestras lenguas, paramos un poco, para prolongar, o mejor, retardar la delicia, y entonces te leí algo del Marqués de Sade, de “Justine”, y te comenté que era curioso, que se le llamó el “Divino Marqués”, mientras se le consideraba, al mismo tiempo y quizá por las mismas personas, una cumbre de la perversidad, más allá de lo humano. Y aún parece que oigo, en aquella noche casi silenciosa, en esta noche triste pero que se va elevando, tu argumentación, siempre inteligente, siempre con tu voz de humedad acariciadora, un poco ronca, que tan dura me la ponía y me la pone, la forma en que, con un poco de saliva en mi oído, me dijiste: “…cariño, acaso sea por el placer de la ironía, o quizá la perversidad es un atributo de Dios, lo divino tiene algo de pérfido. Puede que la existencia misma sea una depravación, y, en todo caso, qué o quién fija o ha fijado el concepto de lo perverso, que tal vez no sea sino una exploración sin límites de lo estrictamente humano, y que esta exploración lleve al placer y al dolor inimaginables, a la unión última con el otro y a la conciencia inmensa de la propia soledad, nos convierta en algo así como dioses solipsistas, impotentes, masturbatorios, y se haya condenado lo perverso por ser lo más definitivamente humano, el conocimiento total, la mística insoportable de la pura materia, revelada como la sola realidad...”
    
     Y recuerdo que lanzaste una de tus risas apagadas, guturales, con la boca casi cerrada, risa como blasfemia sensual que no se atreviese a salir de tu cuerpo, húmedo por la excitación y por el bochorno de la noche veraniega. Y mi erección exigía ya sus prerrogativas, y volví a saborear el piercing de tu lengua, y mis manos se desplazaron por encima y debajo de tu minifalda vaquera, que tan bien dibujaba el nacimiento de los muslos y ese culo dorado y suavísimo que en tantas ocasiones había penetrado.
   
     Y nos desnudamos, te desnudo, y pellizcaba tus pezones, te los mordía, y chupabas, chupas, mis huevos, y con tus incisivos blancos, brillantes, arañabas mi prepucio, mi glande, hasta el umbral del dolor, y todo se precipitó, lo sabes cariño, nada ni nadie lo pudo evitar o detener, y fueron mis dientes horadando, mis dientes rompiendo la piel de tu pecho, de tu abdomen, y la sangre que surgía, tus tetas (habría que inventar un nuevo adjetivo: tan firmes y tiernas a un tiempo, blandas y duras, delicadísimas, resistentes) regadas por la sangre, fuente o flor roja de tu vida, y me miraste con asombro, agradecimiento y un poco de odio, y gritabas de dolor y de furia, lo deseabas tanto como yo, los dos lo sabíamos, lo supiste y lo sabes, y yo lo sé ahora mientras me masturbo lentamente al recordarlo, y veo el semen que lancé sobre tus heridas, sobre tu aún latiente carne interior que yo había lacerado partiéndola a dentelladas, y fue lo vivo que iba a morir sobre ti muerta, y mis manos abriéndose camino en tu cuello, en las yugulares que palpitaban, al principio con fuerza, hasta el final inconcebible, no buscado pero querido, encontrado, hasta que se paró tu ritmo, la música de tus entrañas, y exhalaste un débil y último gemido de placer y muerte.

     Nadie lo ha comprendido cariño, no pueden comprender el amor tan fuerte que destruye lo que ama, aniquilación suprema, el amor que me ofreciste al sacrificar tu cuerpo, nuestro amor que aún subsiste en esta cárcel, esta celda oscura, mi morada final, castillo interior y exterior que envolverá el resto de mi existencia, siempre con nuestros recuerdos en esta noche perpetua de mi alma y de mi cuerpo, contigo, cariño.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Sín Título. Inguz Mentti



Voy a desgarrarte
cada rincón inocente...
si es que has dejado alguno para mí...
Si no...
lo inventaré...

viernes, 2 de noviembre de 2012

La Venganza de la Dilatadísima Novia Samaria. María Paz Ruiz





Te veo, después de tanto tiempo, y pienso en tu vagina.
Imagino los pelos de tu pubis que se entretienen en seguir creciendo desafiantes, cubriendo ese hueco fantástico que tienes entre las piernas y que nunca has calculado lo mucho que puede estirarse. La cantidad inimaginable de objetos con los que lo conquisté. Primero vinieron los plátanos, que juntos pelábamos cuando habías llegado al orgasmo y que nos comíamos entre los dos. Luego vino el termo del agua para el té. Termo que podía entrar con un poco de vaselina y con el que alguna vez hicimos una infusión de tu sexo. Pues pudiste abrirle la tapa, y, por suerte el agua ya estaba tibia. Después probé con mi puño, mis dos puños, y ya de premio pude introducir el mortero con el que trituraba los ajos. Luego caí en cuenta de que llevaba una cabeza de ajos dentro, perdóname.
Con cierta dificultad, pero con tu esfuerzo, conseguimos rellenar tu vagina con la jarra de leche de tu abuela, y todavía no sé cómo hiciste para que entraran tres litros de leche dentro de ti; pero lo cierto es que empezaste a coger olor a yogur de cereales por dentro y alguna vez expulsaste una cuajada en el instante de tu petite mort.
La prueba de oro fue la bandeja del restaurante de mi padre. A las nueve de la mañana empezamos con el asa, seguimos dilatándote hasta la extenuación hasta que te cupo. Movías tus caderas pidiendo más y de pronto, sin explicación, tu caverna digirió por completo la bandeja.
Nunca me permitiste sacar lo que te metí. Por eso me dediqué a guardar ahí mis cartas a mi abogada, mis corbatas italianas, la silla con la que me gusta meditar, los porros que me fumo los domingos, y hasta los álbumes de fotos de los primos cartageneros. Si necesitaba algo, a los diez minutos aparecía en perfecto estado y tibio. Y tú, cada día te veías más hermosa de coleccionar mis objetos en tu vagina.
Hoy que te veo embarazada de otro me pregunto si sacaste a tiempo la pistola que te metí cuando me cambiaste por mi hermano.

SAMARIA: mujer que proviene de Santa Marta, Colombia