Sé que vives porque andas, gesticulas, comes, bebes y respiras; eso es lo que te salva.
A veces olvido que estás ahí. Cuando conduzco miro a mi derecha y al verte me asusto; me gusta cuando callas pero es que eso es casi siempre.
Cuando apoyas la frente en la ventanilla, los cristales se quedan empañados por efecto de la respiración. Si un día te vas para siempre, quisiera saber en qué momento, por eso te miro.
Te cojo de la mano cuando vamos paseando por la calle, no te siento. Eres como un manojo de carne y huesos que arrastro a cada paso, como cuando un carnicero lleva al hombro esa pieza ensangrentada y basculante.
Te abrazo y cojo tus extremidades para que rodees mi cuello. Te beso y con mi lengua intento encontrar la tuya; apenas la rozo cuando tus dientes caen por su propio peso, impidiéndome el paso.
Me conformo con apoyarme en tus confortables labios. Me conformo en deleitarme con el constante efluvio de feromonas que emergen de tu cuerpo. Es tu olor y tu rostro lo que me retienen.
Lleno la bañera de espuma, te meto en ella y enjabono todo tu cuerpo. Me encanta acariciar tu sexo.
Te llevo hasta la cama y hundo mi lengua entre tus piernas. Me gusta cuando gimes, cuando gritas estás viva, cuando te penetro dices que me quieres y que eres mía.
Cuando llega el inevitable clímax y el germen ha quedado dentro de tu vientre estéril, me mandas separarme.
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