lunes, 19 de noviembre de 2012

Tengo en la retina tatuada tu imagen. Lourdes Lasheras





Tengo en la retina tatuada tu imagen, pero tu rostro se desdibuja con el tiempo.
El contorno de tus labios se ha convertido, cuando intento recordarte en un borrón de sangre desvaído.
El ámbar de tus ojos, ahora, solo es el fondo de un pozo que refleja soledad.
Tus hombros, tu cuello y tu pecho, que albergaron mi reposo y mi inquietud, son una informe masa de carne desolada.
Tu nombre aún cuelga en mi paladar, lo rozo con la lengua y rebota entre mis dientes. Me esfuerzo en pronunciarlo o escupirlo y sacarlo de mí, pero es en vano. Tampoco mis lagrimas y mi orgullo son suficientes para tragarlo y permanece en mi boca como una melodía inconclusa.
Los años acentúan cada pliegue de esta piel ajada y en cada uno se conserva, al menos, uno de tus besos. Y en cada poro de cada centímetro de mi piel todavía escuece la sal del sudor que compartimos.
Tu olor, que permanece bordado en el filo de mi almohada, inunda mis sueños, escarcha mi aliento y hiela mis huesos.
Y la añoranza, como un eterno sudario, cubre las curvas de mi cuerpo donde pernoctaron tus caricias.




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