martes, 30 de julio de 2013

Voy a transitar nuestro fémur bígamo... Marina M. Lamanuzzi




Voy a transitar nuestro fémur bígamo
que en su confusión
te marque al ritmo de mis brazos

Voy a esparcirme en tu rostro
que galopa
en el sonoro recoveco de los dioses

Voy a deslizarme
de forma soberana
por los pliegues de tu coño


Y ni los diez mil versos de ninguna épica
bastarán para resumir un solo instante
entre tus piernas

Los nervios de intuir y no saber... Ana Asperilla

 




Los nervios de intuir y no saber, la risa, caminando con las manos hacia tu cuerpo. 

Pareces mi presa y me acerco despacio, no quiero hacer ningún movimiento brusco que te asuste y te haga salir corriendo.

Estoy tan cerca que si levantara una mano podría acariciarte y muero por hacerlo, comprobar que eres igual que en todos mis sueños.

Sigo flotando sobre ti, tú tampoco te mueves, ya es imposible hablar sin morder. Me acerco a tu boca, mis labios apenas te rozan temblando, la respiración entrecortada parece un susurro que me anima a seguir.

Quiero oler tu cuello y me inclino, eres dulce y caliente. Dejo un beso en tus hombros, sigues sin moverte. Pero ahora ya no hace falta, porque siento tu deseo al sentarme sobre tus piernas. Las cruzas para que tenga un sitio donde apoyarme, pequeño nido del que no quiero salir.

Te rodeo con mi cuerpo, ahora ya no puedes escapar y no sé si quieres.

Me miras a los ojos y veo que sonríes, me relajo. 

No peso.

Floto.

lunes, 29 de julio de 2013

P u n t o H. Jorge Coco Serrano

 http://jorgeserranopinto.blogspot.com.es/



Frágil,
lluvia lenta que se expira entre las velas.

Frágil,
ser alado que no tiene compasión.


Sofía desata sus cabellos, se despeina, enciende un cigarrillo y mientras tararea una sensual melodía cierra el grifo de la bañera. El agua ya está caliente como le gusta en sus piccolas mortes.

Frente al espejo rebosado de vapor, se pinta los labios con extrema vehemencia, se mordisquea la boca, como quien muerde una sandía hasta hacerle una herida que se lame a borbotones.

Con delicada delicia se descarna las orillas de los labios, se baja la falda, se desabrocha el sujetador y acaricia sus pezones con fiereza. Dócilmente se despoja de sus bragas, y con arte de estriptisera lanza sus tacones a una esquina en donde almacena ropa sucia.

Sofía se contempla desnuda en el espejo empañado. Tiene la copa llena pero bebe directamente de la botella. Mientras se quita las pestañas postizas da un gran sorbo a la botella. El tinto se le escapa por las comisuras de sus labios.

Atiborrada de vino balbucea un nombre y deja caer la botella al suelo. Sonríe, se ha cortado pero ríe. Su rictus crece, parece que va a llorar pero se regocija clavándose las uñas a lo largo del cuello.

Dándole la espalda al espejo, se mira hacia adentro con los ojos bien sellados. Enciende otro cigarrillo, le da potentes caladas y expulsa levemente por la nariz una espesa humareda blanquecina, que impregna, aún más, el cristal en donde ya nada se ve.

Solloza, algo musita. La memoria le estalla en su pecho, como un coche bomba en un templo vacío. Con los nudillos bien cerrados estira airadamente los restos del rímel por toda su faz. Se paraliza, se observa imperturbable en blanco y negro, apaga la luz, enciende dos velas y lanza la copa de vino al espejo, salpicando de vidrio todo su busto.

Con la cara ensangrentada tira un carnal beso que se pierde en la espesura del vaho. Con las palmas de las manos, limpia sin reparo los cristales quebrados para poder curiosear el despiadado y lúbrico roce circular de su monte bravío.

Su rostro parece un esbozo impresionista. Su cuerpo, un tríptico nocturno de El Bosco. Con su sangre escribe en el espejo:

Todavía
en algún lugar del negro cielo
flota la nube lechosa
donde se esconden el artista y la luna
para hacer el amor”


Sofía se desliza bailando hacia la radio, la enchufa, canturrea la canción que suena y estira el cable de camino a la bañera. Plácida, con la radio mal sintonizada se zambulle en el agua.

Humo. Carne. Cobre. Luz. Fina cantidad en convulsión. La radio ha muerto, colores rojos, amarillos y grises con ella.



jueves, 18 de julio de 2013

Al sur de tu anatomía. Álex Portero Ortigosa

de Irredento (Endymion poesía, 2011)




Quiero hacer cosas terribles contigo. 
Bautizarte —por ejemplo-
bajo el rito de alguna religión mistérica 
fundada en un pantano sureño. 
Provocar tormentas haciendo el amor, tú y yo, 
como dos hermosos negros sudorosos. 
Un maldito par de endemoniados 
orgullosos de su condición.

Necesito colgar de tu cuello un collar de flores raras,
mancharte la lengua con esencia de hada verde
comprada en Bourbon Street,
soltarte el pelo, muy despacio,
formar parte de él, derramarme por tus hombros.
Brindar, beber de tu vientre y tú del mío
en el café Du Monde,
laissez les bontemps rouler!

Se me van los pies tras la cabeza,
la cabeza tras la pelvis,
¿quién te ha enseñado a quitarte la ropa a ritmo de jazz?
¿Nos imaginas?
nadando inseparables en aguas peligrosas
atestadas de sensuales sanguijuelas,
fumando juntos hierba del diablo tendidos bajo un sauce,
devorándonos crudos, reduciéndonos a cenizas,
haciendo llorar de orgullo a mamá Erzulie
con nuestras travesuras,
siendo eternamente jóvenes en la ciudad de los santos

Existe una región indómita en la que refugiarnos
amor mío,
Solamente hemos de seguir el sonido
de los djembés y las darbukas,
Adentrarnos en la espesura sin miedo,
¿escuchas los cantos espirituales de los negros?
Están desnudos mientras los cantan,
nos llaman con voces roncas, templadas al fuego,
huele a bourbon, a miel, mostaza y noche eterna...
¿Vamos?

miércoles, 10 de julio de 2013

Triste Jodienda. Cristina Ocaña





Mierda, nunca sé cómo empezar un poema.
Y no entiendo de métrica ni de esta jodienda.
Entiendo de jodienda.
Cansada de polvos
absurdos,
decidí emigrar como las golondrinas
a un país más cálido.
Atravesé ciudades, países y continentes,
deseando encontrar unos ojos rasgados y una piel
color aceituna,
que me jodiera mejor que tú.
No entiendo de poemas,
entiendo de pollas hostiles;
de desplantes, de inútiles
expertos en joderme.
Cuando decidí despegar del hastío de nuestros encuentros,
la tierra por fin giró.
Me reí de tu despedida
para siempre.
Adiós amor, espero que encuentres a otra
que te la coma con descaro y pleitesía.
Yo estaré revolcándome con mi moreno
de ojos rasgados,
fundiéndome en el trópico.

OK. NO PROBLEM. CUÍDATE.

martes, 9 de julio de 2013

r u p e s t r e. Jorge Coco Serrano

Jorge Coco Serrano
+ en Poébrica



   el 
   musitar 
   crujiente 
   de su húmeda
            ollita de barro
                                h á l i t o
                               c a v e r n o s o
            no me deja
            carne           ni sapiencia


soy un  neandertal
           cuido mi fuego 
           en su espuma

soy un  neandertal 
           mascullo con su sed












lunes, 8 de julio de 2013

Capítulo 7 de Rayuela. Julio Cortázar

M.R.
Flickr de M.R




Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

sábado, 6 de julio de 2013

#Poema. Inguz Mentti






Hay una puta que me araña el vientre

intento ahogarla
a base de felaciones profundas

MATANZA al ego

No hay nada peor que ser mujer
en esta tierra hostil
(y machista)

cargada de falos
con cianuro

¿CÓMO ESPERAS QUE TE QUIERA?

SI SOLO   S A B E S  Q U E   E X I S T O   PORQUE    M E    H E   C A N S A D O   DE COMERTE LA POLLA

(...)

viernes, 5 de julio de 2013

Acto I: La Maldita Simiente. R.R. Rubattino.





Aviso a ti imprudente lector,
cuyas malas horas te han llevado
a leer estas líneas infames,
que lo que estoy a punto de contar
os digo pintará de ayes los hados,
y no olvidará dejar corazón conmovido.
De Albión a la sangre de los olivos.
Es la historia de un protervo ser
nunca antes conocido
que desearía la Providencia no ver
ni con el ósculo de su misericordia infinita,
ni con el báculo de su devoción impelida.
Llamábase Durganiel, hombre honesto
y de buenas costumbres, a los ojos de la luz
y de la ignorancia de sus coetáneos.
Empero, ganada la noche con sus fétidos deseos,
merodeaba como lobo colérico y silente,
entre los adoquines de Fuencarral.
En busca de los efluvios de la noctambulez
y de la locura, su mentora ferviente,
su hito obligado en el mar de su solaz.
Bajo la candidez de ser un Licenciado respetado,
casado con la más sublime de las criaturas,
Durganiel hacía brillar sus pupilas
como un centurión sediento de sangre,
al mismo tiempo que era capaz de obnubilar
la más aguda sospecha, convirtiéndola en petunia de su arte,
en flor que ocultara su manto vil de oquedades.
Entregado al teatro de las apariencias,
como lo haría el más emérito ciudadano,
urdía bajo él un negocio oculto de cartomántico,
que le llevaban como la nao a los brazos
de sus más fervientes y malferidas esperanzas.
Invadía los recintos de sus inocentes consultantes,
y bañándoles de sus mesmerismos más acusados,
les birlaba el alma y las encerraba tristemente,
en cada uno de sus arcanos sexuales.




Atlántida. Miquel Àngel






El agua, cuna de la vida; plasma transparente que sumerge e impregna todo lo que toca. En cualquier estado es increíblemente versátil. Como vapor quema martirizando la carne, como hielo también quema, pero de la manera contraria. El líquido es el punto exacto: el del equilibrio, el que humecta lamiendo los estragos de una piel reseca, el que calma la sed, el que purifica las heridas, el que endulza las lágrimas.

Agacho la cabeza y, bajo el manto líquido como un cristal en movimiento, veo tus pies; mármol esculpido, quietas, sorbiendo de esa agua que se balancea alrededor en un mareo pendular. Tus pies juntos, uno al lado del otro, tocándose, con las uñas de coral tan explosivas bajo ese tapiz transparente que parecen diez ojos ígneos. El agua sube ahora por tus tobillos. Más arriba, tus piernas húmedas, desnudas, levemente separadas, estremecidas, tibias por la tibieza del agua fría que calientas con solo tocarla son dos tiernas exclamaciones. Piel caliente por el arrobo que vaporiza las gotas heladas cuando te tocan. Del líquido al vapor. No hay otro estado entre nosotros; el sólido —el frío— aquí no tiene cabida, a no ser por el escalofrío que sientes cuando recibes parte de mi cuerpo en tu mismo interior hirviente. Te beso el cuello y experimentas ese cosquilleo de escarcha. Es insólito, con toda tu piel tan abrasadoramente ruborizada, insinúas que mis labios te hacen tiritar. Un escalofrío que va desde la nuca hasta tus pies sumergidos que permanecen quietos, para no romper el encanto, para no perder el centro de gravedad, adhiriéndose a las piedras blancas como estrellas de mar. Más arriba de tus pies y de tus piernas y de tu cintura que sostiene apenas el vestido transparentado —digno de una verdadera heredera de Poseidón—, tu espalda en donde se arremolina una cabellera oscura y chorreante, se te pega con el sudor como pegamento. No quiero ver nada más que tus pies. Tan delicados, tan tiernos, tan pasivos, tan femeninos. Apoyo mi cabeza en tu nuca, mientras arremeto con dulzura tu oscuridad salobre, y los miro sumergidos. No se mueven. A pesar del vaivén, a pesar del columpiarse de nuestros cuerpos, a pesar de mis manos que se aferran a tu cintura y del murmullo ensordecedor del agua que censura nuestros propios gemidos, tus pies parecen muertos.

De pronto te abres. Tus pies se separan, solo un poco, un temblor. Y es como si tus piernas engendraran dos islas; dos arrecifes calcáreos debajo del agua vaporosa. Y parecen dos islotes con cinco ojos de rubí en cada uno de ellos. Cinco cráteres volcánicos que veo desde arriba. El agua sigue llegando. Tus piernas cada vez más separadas. Y el placer húmedo nos envuelve, nos aísla, nos hace flotar, nos ahoga. Y ahora siento que no solo tus pies están sumergidos como el templo de Poseidón, sino que nosotros mismos nos inundamos con nuestra propia esencia opalina, nuestra propia savia elástica: por detrás, el océano mismo viene a nuestro encuentro. Nos ahogamos y no lo evitamos, y tus pies…Los veo desde mi propia inundación. Hipnotizado sigo mirando tus uñas pintadas con el color brillante de la sangre arterial, la que se derrama por el cuello abierto del toro sagrado cada año entre los pilares del templo de Atlas. El éxtasis final nos devora cuando llega el agua para arrasarlo todo. El fuego irrumpe por lo bajo y colorea de ardor tu piel, ahora pálida y helada. Todo tiembla. Todo se fractura. Todas las arcadas y todos los laberintos de marfil se deslizan hacia la oscuridad lentamente. Los siete círculos se hacen un solo vórtice. Tus ojos, tus senos, tu sexo colapsan entre burbujas calientes. La lava nos envuelve y la sentimos nuestra, como un abrigo.

Mientras nos hundimos en un abismo de siglos solo dejamos, como testigo irreverente de nuestro sexo salvaje, la furia acorralada de Zeus, que sigue lanzando sobre nosotros un mar embravecido para castigar nuestra carnalidad, nuestra lasciva elección de libertad.




martes, 2 de julio de 2013

Profano silencio (de Nuestros cuerpos y tormentos). Ericka Volkova



Yaciendo en este asiento que la ventana lúgubre a la nada observa exacerbada entre las tinieblas os busco, esperando que mi desnudez vuestras caricias vistan, que vuestro aliento mi cuerpo recorra olfateándome de esta impúdica vigilia que hubiere pensado sanar a nosotras pudiere. Así no ha sido, he comprobado que la distancia entre mis dos amadas arranca de mí los pechos que llenos, la infertilidad de esta espera aduna la melancolía que por ambas los labios míos evocan, pronunciando las letras de los nombres vuestros, de una viva, y de la otra muerta.

Me maldigo y masturbo en este profano silencio que por el recuerdo de ambas no permite a mí la vigilia corromper, obscena siendo de estos dedos que entre mi sexo con ahínco froto, que con empeño con la lengua humedezco, arrancándome mezquina la pústula con esta boca falsa que mentir por ambas mas no puede, gritando en el olvido el gemido orgásmico que nadie escuchar logra, pues vosotras que de oídos sordas la distancia extrema ciegas a mi condición hacen, acallan en mí el deseo por el cuerpo vuestro.

Exhausta estoy, desesperada a las garras del inframundo a los cuervos me entrego, y sean ellos quienes los nombres graznen, eyaculando en la aguja su opiáceo flujo heroinómano, rompiéndome las venas con su falo al penetradme.

No soy ahora quien acalla, soy quien por vosotras ahora gime.

lunes, 1 de julio de 2013

...O no ser (prácticas teatrales). Martín Bezanilla

de Cine (Quálea, 2013)


Una mujer yace muerta en el río.
(Para ponerte a prueba
a veces me masturbo
y pienso
que me imaginas
masturbándome.)
Coge su calavera
y escribe sobre el cráneo:
<<Teatro en el teatro,
ser o no ser...>>. 
(Tal vez mis manos
obscenas anoten aquí:
<<Fingir o desear...>>.)
No olvides que la obra
habla de una venganza.