Aviso
a ti imprudente lector,
cuyas
malas horas te han llevado
a
leer estas líneas infames,
que
lo que estoy a punto de contar
os
digo pintará de ayes los hados,
y
no olvidará dejar corazón conmovido.
De
Albión a la sangre de los olivos.
Es
la historia de un protervo ser
nunca
antes conocido
que
desearía la Providencia no ver
ni
con el ósculo de su misericordia infinita,
ni
con el báculo de su devoción impelida.
Llamábase
Durganiel, hombre honesto
y
de buenas costumbres, a los ojos de la luz
y
de la ignorancia de sus coetáneos.
Empero,
ganada la noche con sus fétidos deseos,
merodeaba
como lobo colérico y silente,
entre
los adoquines de Fuencarral.
En
busca de los efluvios de la noctambulez
y
de la locura, su mentora ferviente,
su
hito obligado en el mar de su solaz.
Bajo
la candidez de ser un Licenciado respetado,
casado
con la más sublime de las criaturas,
Durganiel
hacía brillar sus pupilas
como
un centurión sediento de sangre,
al
mismo tiempo que era capaz de obnubilar
la
más aguda sospecha, convirtiéndola en petunia de su arte,
en
flor que ocultara su manto vil de oquedades.
Entregado
al teatro de las apariencias,
como
lo haría el más emérito ciudadano,
urdía
bajo él un negocio oculto de cartomántico,
que
le llevaban como la nao a los brazos
de
sus más fervientes y malferidas esperanzas.
Invadía
los recintos de sus inocentes consultantes,
y
bañándoles de sus mesmerismos más acusados,
les
birlaba el alma y las encerraba tristemente,
en
cada uno de sus arcanos sexuales.
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