viernes, 5 de julio de 2013

Acto I: La Maldita Simiente. R.R. Rubattino.





Aviso a ti imprudente lector,
cuyas malas horas te han llevado
a leer estas líneas infames,
que lo que estoy a punto de contar
os digo pintará de ayes los hados,
y no olvidará dejar corazón conmovido.
De Albión a la sangre de los olivos.
Es la historia de un protervo ser
nunca antes conocido
que desearía la Providencia no ver
ni con el ósculo de su misericordia infinita,
ni con el báculo de su devoción impelida.
Llamábase Durganiel, hombre honesto
y de buenas costumbres, a los ojos de la luz
y de la ignorancia de sus coetáneos.
Empero, ganada la noche con sus fétidos deseos,
merodeaba como lobo colérico y silente,
entre los adoquines de Fuencarral.
En busca de los efluvios de la noctambulez
y de la locura, su mentora ferviente,
su hito obligado en el mar de su solaz.
Bajo la candidez de ser un Licenciado respetado,
casado con la más sublime de las criaturas,
Durganiel hacía brillar sus pupilas
como un centurión sediento de sangre,
al mismo tiempo que era capaz de obnubilar
la más aguda sospecha, convirtiéndola en petunia de su arte,
en flor que ocultara su manto vil de oquedades.
Entregado al teatro de las apariencias,
como lo haría el más emérito ciudadano,
urdía bajo él un negocio oculto de cartomántico,
que le llevaban como la nao a los brazos
de sus más fervientes y malferidas esperanzas.
Invadía los recintos de sus inocentes consultantes,
y bañándoles de sus mesmerismos más acusados,
les birlaba el alma y las encerraba tristemente,
en cada uno de sus arcanos sexuales.




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