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Frágil,
lluvia
lenta que se expira entre las velas.
Frágil,
ser
alado que no tiene compasión.
Sofía
desata sus cabellos, se despeina, enciende un cigarrillo y mientras
tararea una sensual melodía cierra el grifo de la bañera. El agua
ya está caliente como le gusta en sus piccolas mortes.
Frente al
espejo rebosado de vapor, se pinta los labios con extrema vehemencia,
se mordisquea la boca, como quien muerde una sandía hasta hacerle
una herida que se lame a borbotones.
Con delicada
delicia se descarna las orillas de los labios, se baja la falda, se
desabrocha el sujetador y acaricia sus pezones con fiereza.
Dócilmente se despoja de sus bragas, y con arte de estriptisera
lanza sus tacones a una esquina en donde almacena ropa sucia.
Sofía se
contempla desnuda en el espejo empañado. Tiene la copa llena pero
bebe directamente de la botella. Mientras se quita las pestañas
postizas da un gran sorbo a la botella. El tinto se le escapa por las
comisuras de sus labios.
Atiborrada
de vino balbucea un nombre y deja caer la botella al suelo. Sonríe,
se ha cortado pero ríe. Su rictus crece, parece que va a llorar pero
se regocija clavándose las uñas a lo largo del cuello.
Dándole la
espalda al espejo, se mira hacia adentro con los ojos bien sellados.
Enciende otro cigarrillo, le da potentes caladas y expulsa levemente
por la nariz una espesa humareda blanquecina, que impregna, aún más,
el cristal en donde ya nada se ve.
Solloza,
algo musita. La memoria le estalla en su pecho, como un coche bomba
en un templo vacío. Con los nudillos bien cerrados estira
airadamente los restos del rímel por toda su faz. Se paraliza, se
observa imperturbable en blanco y negro, apaga la luz, enciende dos
velas y lanza la copa de vino al espejo, salpicando de vidrio todo su
busto.
Con la cara
ensangrentada tira un carnal beso que se pierde en la espesura del
vaho. Con las palmas de las manos, limpia sin reparo los cristales
quebrados para poder curiosear el despiadado y lúbrico roce circular
de su monte bravío.
Su rostro
parece un esbozo impresionista. Su cuerpo, un tríptico nocturno de
El Bosco. Con su sangre escribe en el espejo:
“Todavía
en
algún lugar del negro cielo
flota
la nube lechosa
donde
se esconden el artista y la luna
para
hacer el amor”
Sofía se
desliza bailando hacia la radio, la enchufa, canturrea la canción
que suena y estira el cable de camino a la bañera. Plácida, con la
radio mal sintonizada se zambulle en el agua.
Humo. Carne.
Cobre. Luz. Fina cantidad en convulsión. La radio ha muerto, colores
rojos, amarillos y grises con ella.
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