Cinco
de la tarde y allí estaba yo esperándote en la puerta de la
biblioteca pública. Nos íbamos a conocer aquella misma tarde pues
llevábamos semanas hablando por teléfono y no nos conocíamos en
persona. Tu vida ajetreada no te daba tregua, pero aquel lunes
decidiste parar y tomarte un respiro, y conocerme, conocernos por fin
en persona. Cuando nos vimos nos dimos dos besos castos. Lo primero
que hicimos fue charlar sin parar y tomar dos granizados bien
helados.
Fuiste
el único que sostuvo mi mirada, que estudió mi rostro, que puso
atención a mis gestos y que me invitó a un granizado de sandía una
tarde bochornosa de junio.
Te deseé, pero jugué contigo durante un buen rato porque me encantaba tu sonrisa, tu biblioteca polvorienta, tus gatos asustadizos, tus juguetes antiguos y quería saber más de ti, quería que me contaras historias sobre tu vida, y tus aficiones. No aguanté más y tomé una determinación o más bien dos, o me largaba de allí pitando o caía rendida a tus pies. Te atraje hacía mí, te bese y te empujé al dormitorio en donde minutos antes me habías enseñado un tiovivo de juguete de 1920 algo cochambroso dispuesto a una restauración. Tu curiosidad no lo pudo soportar y me preguntaste en qué momento había decidido acostarme contigo. Te sonreí, porque verdaderamente había pensado en largarme pero tu mirada me convenció y me lancé de cabeza sin planearlo esperando que surtiera efecto mi falda corta y rabiosa y mis sandalias descubiertas de verano. Sudamos, sudamos mucho aquella tarde y es por eso que acabamos en tu ducha, volviendo a lamernos, volviendo a sentir el deseo.
Te deseé, pero jugué contigo durante un buen rato porque me encantaba tu sonrisa, tu biblioteca polvorienta, tus gatos asustadizos, tus juguetes antiguos y quería saber más de ti, quería que me contaras historias sobre tu vida, y tus aficiones. No aguanté más y tomé una determinación o más bien dos, o me largaba de allí pitando o caía rendida a tus pies. Te atraje hacía mí, te bese y te empujé al dormitorio en donde minutos antes me habías enseñado un tiovivo de juguete de 1920 algo cochambroso dispuesto a una restauración. Tu curiosidad no lo pudo soportar y me preguntaste en qué momento había decidido acostarme contigo. Te sonreí, porque verdaderamente había pensado en largarme pero tu mirada me convenció y me lancé de cabeza sin planearlo esperando que surtiera efecto mi falda corta y rabiosa y mis sandalias descubiertas de verano. Sudamos, sudamos mucho aquella tarde y es por eso que acabamos en tu ducha, volviendo a lamernos, volviendo a sentir el deseo.
En
aquella bañera, el agua lamía nuestros cuerpos desnudos, que
sudorosos bañábamos en jabón deslizante que nos unía y nos
desunía constantemente. Te bañe, froté todo tu cuerpo, te enjuagué
del jabón pegajoso y llegué hasta tu sexo para introducirlo dentro
de mí y te atraje bajo aquella lluvia tibia de nuestra ducha
placentera y volvimos al vaivén que rato antes habíamos dejado en
la cama de tu dormitorio para buscarnos otra vez con avidez.
Fuiste
el único que me envió un sms a la mañana siguiente. Un sms cargado
de intenciones sexuales, a volver a repetir un encuentro bajo la
ducha.
Repetimos
varias duchas jabonosas en un corto espacio de tiempo, luego te perdí
la pista.
Aún
sin saber de ti aún das juego a mi vida para mis escritos, para mi
imaginación, para construir a un personaje que prefiere quedarse
quieto y no tomar acción en su vida. Adiós tiovivo
de 1920; espero que te hayan restaurado y estés como nuevo. Yo sigo
girando sin parar, sin detenerme, no como tú que te faltaban
engranajes varios.
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