Por lo que decían las crónicas
de la región no mentía Fidel cuando relataba su
encuentro con la bruja del lago. El problema era encontrar alguien en
el pueblo o en el balneario que le quisiera escuchar todavía.
En Nozindela, la historia del encuentro
de la bruja del lago con Fidel era algo parecido a lo que debe ser
Quasimodo para el barrio de Notre Dame, Drácula en los
alrededores del Castillo de Bran o las correrías nocturnas de
Kafka por las calles de Praga.
El umbrío lago es el principal
atractivo del balneario de Nozindela, y la bruja, el personaje más
histórico y carismático de la comarca. La
particularidad del relato de Fidel, el tabernero del pueblo, era que
su encuentro con la bruja había sido erótico, por no
decir pornográfico –a juzgar por los visajes con que los
ojos de Fidel acompañaban a su lento vocalizar–, en vez
de horripilante, como cabría esperar del encuentro fortuito
con una bruja en los frondosos bosques de castaños y hayas que
rodean el lago.
Otra peculiaridad era su detallada
descripción de la lencería usada por la bruja, que ésta
le permitió ver al aparecérsele de pronto tras uno de
aquellos gruesos árboles, cuando el tabernero apenas contaba
diecisiete primaveras. Eso y que, por mucho que le entusiasmara
contar la historia una y otra vez, su relato nunca iba más
allá del momento en que la bruja le bajó los
pantalones. Nadie había conseguido hacerle pasar de ahí,
ni de bromas ni de veras. Decía que era su secreto y que a la
tumba se lo llevaría.
Quizás ese final interrumpido
fuera la razón del hastío que provocaba Fidel con su
historia, y no que la llevara contando por lo menos treinta años.
Esa y el hecho innegable de que Fidel era, aparentemente, un hombre
feliz sin más secretos; soltero sin compromiso conocido y que
nunca salía del pueblo más que una o dos veces por mes.
Siempre para perderse por los bosques de la orilla del lago, salidas
de las que volvía canturreando sin decir a nadie donde había
pasado la noche. Y así mes tras mes, año tras año,
hasta el día en que no volvió.
Dos parientes lejanos –no le
quedaban ya cercanos, por lo menos en el pueblo– y tres amigos,
cansados de no poder entrar en la taberna, salieron a buscarle pero
no le encontraron hasta el tercer día de la búsqueda, y
gracias a que el perro de uno de ellos ladró hacia arriba de
pronto y allí estaba Fidel, en la copa de uno de los castaños
más viejos del bosque, completamente desnudo y enganchado
entre las ramas con brazos y piernas, de cara al cielo.
Necesitaron llamar a los bomberos
voluntarios de Frinante para poder bajarle. Dicen que tenía
los ojos abiertos y su cara era la más pura expresión
del éxtasis desde que Bernardette dejó de recoger leña
y se asomó a aquella cueva a las afueras de Lourdes.
Sus ropas nunca se encontraron; por esa
razón la gente, desde entonces, especula con que no fuera la
Virgen a quien Fidel encontrara allí arriba, en lo más
alto de su único secreto.
Abril de 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario