23 de abril
No soy capaz de
acostumbrarme a aguantar acostado sabiendo como sé que la rúa está
apacible y que la gente sospecha, por las pintas, que el perfume
agobiante del calor será definitivo. Aunque establezca ordenar en
perfecto estado de revista las cosas en mi mente, por escasos
intervalos que asigne para finiquitar este cuaderno, yo no me
postraré lo mismo que un cadáver reciente en su esquina de
detritus. Superado el miércoles, es como si tuviera contados los
segundos para abandonar el paquebote. Para colmo el páncreas y la
gota, sendos hervideros de aguijones, y Laura que insiste en
sonsacarme por qué no se le empina a D. si ella lo prepara bien y se
limita a ejercitar con él satisfacciones antiestéticas que con
anterioridad sí que resultaban. Complejo reflexionar así, incómodo
descuartizar el recuerdo con los párpados cerrados y sin la dosis
palpándome los bronquios para socorrerme en lo de retocar
iconografías, entresacar nombres propios del baúl o cruzar los
dedos si, irrevocablemente, se nos ha ido a pique la ganancia. Alguna
vez la derrota no tendría que ver con el cinismo, sino con la
sinceridad inconsolable puesto que en la boutique del pan se nos
machucó Betty con jarrones y desmayos. ¿Embarazada de Cluck? Sobre
el alféizar emplazan coronas de azaleas y es la señal: se inclinan
a sugerirme de esta guisa que me queda poco poco poco poco poco poco.
24 de abril
Espléndida la mañana,
espléndido mi humor, espléndidos los ojos que me atisban cuando
asiento los capítulos de precios sin la tortura de las onerosas
fechas precedentes. Presuntuoso comprobar cómo, por desgracia, de la
más horripilante negrura se deriva una fluorescencia que llamaríamos
interminable por lo abstrusa y bien venida, o por lo borde, y cómo a
traición nos sobrecoge blandamente el cerebelo. Dormí ceñido al
vientre liso de Belar y por casualidad me encuentro con un ser
privilegiado que no soy yo. O que sí soy yo, depende; quizá la
polinización que me genera una alergia irrisoria y me ataca como a
Azucena, una becaria de Campo Nubes con la que me codeo, ese algodón
que flota sin piedad ante el cenador y, al desbandarse, me obsequia
horas, acaso todo un día, de plenitud, de desahogo. Belarmina trepó
a mi mesa, me liberó de la boina y a horcajadas de mi cuello se le
escapó musitar abuelito
dime tú
y chúpate
eso. Como
broche, me lavó en silencio entre los muslos, me mordió los labios,
me la meneó con la exasperación de un demonio inconmovible y
arrasado, pobló mi noche de esperanza en la Humanidad mediante
argucias exquisitas. Reposamos como dos novios resentidos y gentiles.
Ahora le agradezco desde aquí mi salvación y me aturdo con los
ruidos de la calle, tan diferentes a los pestañeos sigilosos de la
Sal, y me encierro a releer la voluminosa monografía dedicada al
Bakunin presenil en la que me topo con soflamas en el margen. A ver
si así tiene sentido alimentar la vida, pegar saltos en la planta
baja con las nenas al anochecer y detallarle al desamor que ese
cuerpo que no nos relega pese al maltrato del dolor y de la angustia
es acomodaticio...
S.M. me llama por el walki.
El pretexto, requerirme más perseverancia en el negocio ya que no
ignora que los plazos últimos han concurrido erróneos, rezagados
como tranvías en desuso sobre vía muerta. Me conmina a cumplir con
la responsabilidad juramentada de prodigar placer a los asiduos aun
hallándome a la sazón gravísimo. Que no se me inmiscuya. Y que se
instale en los tocadores del Averno, su club de segunda categoría o
de tercera, a meterse con Marcia y Rodrigo, sus apuestas
guardaespaldas. No obstante, para esta medianoche se nos ha oficiado
la cita de supervisión a nuestro
Gran Burdel del
señor Ministro sin Cartera. Charlotte deambula atareadísima
permutando las alfombras iraníes, vaciando de colillas los ceniceros
e introduciendo en la maquinita expendedora condones de frutas, de
pinchos, de colores. Un personaje tarambana y depravado. Y sus
propinas, por lo que ellas divulgaron por la tarde, la mar de
envidiadas. Se intuye la noche amable, jodedora...
25 de abril
Mañana estrenaré
cuaderno porque transcribo las líneas finales, las que me ocasionan
más quebranto abdominal. Cada uno que completo me provee de un tedio
escrupuloso que rechazo. Es la vida que transcurre y culmina con
atributos de indecencia, labios amoratados y murga para la
capitulación. A la memoria le sucederá el Sanatorio donde embeberse
de presencias,
sobre una nota en blanco se trocarán pronto en amago de ignominia.
En una palabra, eclecticismo. Pero mientras se proclama y no se
proclama el corolario, testimoniar que hoy vuelve la lluvia a
concretar la perspectiva que me sobrevive, y la tos ferina, otro
desaire personal con mi desánimo, y hay niños en el pasaje
comercial que sollozan como una expiación que ya no sirve.
Reaparecen la lluvia y la oscuridad a inundar las serosidades de mis
ojos y presiento más mañanas y más noches de indeterminación. El
pajarraco apenas ya si habla, es más que creíble que a causa del
desprendimiento de retina. O por fimosis. Las cocotas prolongan su
letargo a solas con sus orgasmos preteridos. Y yo, yo estoy
magníficamente huérfano... Qué descorazonador es todo.
Luis Miguel RabanalDe "Elogio del proxeneta", Ediciones Escalera, Col. Trayectos, Madrid 2009
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