martes, 7 de agosto de 2012

El Coño de las Desconocidas. Juan Manuel de Prada



Esos coños son siempre los mejores, porque nunca han sido vistos por nuestros ojos, que tropiezan con la muralla de las faldas o de los pantalones vaqueros, tan desastrosamente prolíficos entre la juventud. Los coños de las desconocidas se cruzan con nosotros en la calle y nos hiptonizan con su presencia apenas susurrada y nos llaman y nos hacen seguir su rastro, cambiando la dirección de nuestro destino. Los coños de las desconocidas dejan a su paso una estela de carne incógnita, de continente que hay que colonizar, pero cómo. A veces nos hacemos los encontradizos y abordamos a esas mujeres que se cruzan con nosotros en la calle, esas mujeres de belleza displicente que ni siquiera se dignan a responder a nuestro saludo, apremiadas por la cita con su novio o la misa de once a la que acuden solícitas. Yo he perseguido estos coños contra viento y marea, acompañándolos hasta ese parque donde los espera el hombre al que pertenecen, que suele ser un hombre decepcionante y sin alicientes, incapaz de saborear los goces que ese coño promete, y también los he seguido hasta la penumbra de las iglesias y me he sentado a su vera, en un escaño con reclinatorio, y he comulgado una comunión sacrílega en su compañía, y he fingido un tropiezo a la salida de la iglesia para tocar el latido de su carne, purificada por las bendiciones sacerdotes. Pero después de estas persecuciones clandestinas viene el regreso a casa, un regreso envilecido por el fracaso, encanallado por la renuncia inevitable. Y en casa me aguarda mi esposa, a quien amo entrañablemente, pero cuyo coño, de tan archisabido, sufre del agravio comparativo que implica el recuerdo. Porque a esas mujeres desconocidas e inalcanzables nunca -ay- dejamos de recordarlas, lo cual constituye un ejercicio masoquista de la memoria.

Coños, Juan Manuel de Prada, 1995.

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