Comerte,
bajo
el fuego abrasador de la Cordura.
Comerte,
entre
los pliegues insondables del trauma.
Comerte,
en
habitación que desconoce nuestros nombres.
Comerte,
en la
penumbra blasfema del Deseo
y
devorarte a ras de corazón hueco.
Comerte
con la pasión nihilista del esquizofrénico
y con
el arrebato de fiereza detallista
que
lama cada centímetro de tu piel desde dentro;
Sudor
en la epidermis del combate cuerpo contra cuerpo
donde
cada poro es un agujero negro
de
infinitos universos por descubrir;
Comerte,
en el
jodido epicentro de tu sexo.
Devorarte,
en la
depresión volcánica de tus nalgas,
más
allá del precipicio del Deseo,
devorarte
en las lindes
de tu
enjambre de neuronas infierno,
donde
los labios arden a lo bonzo
tras
la huella sonora de millones de jadeos
desacompasados,
como
batir de las de luciérnagas
en un
decorado de sombras chinescas.
Comerte,
con
la voracidad criminal del apasionado
y con
la tiniebla metódica de lo insaciable,
más
allá del tápiz mágico de los sueños
donde
los pliegues torturados de tu cuerpo
devoraron
todos
y cada uno de mis miedos.
de Diosas de Burdeles de Almas
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