Perdonadme si en anonimato hoy me encuentro, las tribulaciones amorfas que a mi mente recorren impiden lúcida sea. La euforia que a mi cuerpo intoxica despreciable ante vos comparable es, pues el observar la pulcritud de vuestro cuerpo terso desnudo evoca en mí la perfección misma de la cual copartícipe yo sea. Vuestros pechos, que en óvalos a contraluz la obscuridad bordea, me hacen de vos la vista no apartar, circundando vuestro cuerpo, describiéndole con mis labios que por los contornos os dibujan en inexorable enigma que, a vuestros muslos con mis brazos aferrada, en el recuerdo mío tallar quisiere, haciéndole perene inmortal de la mortalidad misma.
Lúcida no más estadle puedo,
intoxicada de vos la sangre ardiente a mí el cuerpo incinera, y sin
desear perturbar la imagen vuestra que mis ojos mudos vuestro nombre
gritan, corrompeos con mi tacto no quisiere. Mas vuestra belleza
insignia por mi lengua probadle deseare, perturbando la imagen de vos
misma, recorriéndoos por milímetros en la piel vuestra, enlazando
los cuerpos nuestros que, cual áspides, en contorsiones entrelazadas
nuestras caricias la carne de una a otra marcaren, escurriendo por la
piel nuestras las caricias que por las manos nos recorrieren,
deslizándoles fluidas por los perímetros de nuestros sexos
conversos, palpando ansiedades, hurgando las concupiscencias de
nuestras propias voluptuosidades.
Anónima le soy, pues vuestro cuerpo
ante mí desnudo impide la persuasión imaginar, siendo vos,
Kurskova, la imagen que a mi mente en la muerte perene tallar de la
belleza única deseare.
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