lunes, 22 de abril de 2013

El pan nuestro de cada día. Pablo Cerezal


She’s a good girl, loves her mama
Loves Jesus and America too…
…And I’m a bad boy, because I don’t even miss her
I’m a bad boy for breaking her heart

(Tom Petty)




La boulangère de Monceau




En la panadería, esta mañana, he de esperar largo rato para ser atendido. El motivo no es una excesiva afluencia de público. No, sólo ocurre que la señora que me precede en la fila de los compradores, se debate entre dos barras de pan: tostada la una, más blanquita la otra.

"Es que esa la veo demasiado tostadita". "Muy blancucha me parece esta". "Ay, hija, qué pan más malo traéis últimamente".


Y así transcurren los minutos, envueltos en fragancias de harina y dudas existenciales.

La joven panadera redibuja a cada instante una sonrisa evidentemente forzada, y me dirige algún que otro gesto irónico cuando la compradora indecisa no le mira directamente a los ojos. Yo comienzo a desentenderme de la revuelta dialéctica, deslizo el torpor de mis pupilas por la efervescencia de húmedas promesas que perfila la piel de la panadera a la altura de un escote en que ya puedo imaginar la coreografía voluble de mis fluidos sorteando esa epidérmica frontera que ahora se desvanece al ritmo de un teatral suspiro de impaciencia. Pienso que tal vez sea normal, que el pan con que se alimentará hoy, la familia de la vacilante clienta, ha de ser óptimo para el paladar y la vista, como esta joven ninfa que sostiene las dos barras como recién salida de un naufragio de belleza, en espera de la definitoria decisión. Aunque prefiero pensar que sólo se trata de elegir entre dos malditas barras de pan y que, desgraciadamente, a día de hoy, lo mismo da, pues todo es el mismo amasijo industrial, y sólo servirá como acompañamiento a la pitanza, más por costumbre hispana que por necesidad de agasajar el sentido del gusto. El pan como costumbre, creo, pierde sus deliciosos atributos.

Igual ocurre con la música. Tan acostumbrados estamos a que alguna melodía (más o menos desafortunada) acompañe nuestros días y gran parte de las actividades que en ellos desarrollamos. Alcanzo tal razonamiento al recordar cómo anoche dediqué un par de horas al visionado de un concierto de Tom Petty & The Heartbreakers. Me acosaba un crepúsculo de melancólica dentellada en que podría haberme abrazado a los ásperos lamentos del Tom Waits más poético, o a la asfixia de duna portátil del Leonard Cohen más sarcástico. Pero, quizás por eso, por evadir la languidez y acompañar las horas moribundas de música directa y carente de profundidades, subí el volumen del televisor y disfruté, sin más pretensión que la de agotar el tiempo, del laberinto de espejos melódicos de la música de Petty. Al contrario que el pan, la música, como costumbre (si es a este gran artista a quien te habitúas), es simplemente deliciosa, tanto como pueda serlo esa barra de pan demasiado tostada, o aquella otra tan blanca. Sí, lo sé, es sólo rock and roll, pero me gusta, y logra mutar la peligrosidad de la nostalgia en delicioso abandono, de manera tal que,embriagado de su certero disparo de poética mundana, dejo que mis manos recorran en libertad los abruptos rincones que, en mi geografía corporal, ocultan placeres y fulgores, para después abandonarme al sueño gratificante de la orgía que no he disfrutado y que, no sé por qué extraña razón, me retorna a la memoria al disparar con mi mirada la diana caoba y miel de sus pupilas. Las de la panadera, claro.

Despachada la señora, finalmente llegado mi turno, la joven panadera muestra ante mí dos barras, una en cada mano, como rugosas extensiones de la seda niña de sus brazos, como retorcidas raíces a las que se aferra el tronco breve de su cintura, como estriados frutos nacidos de ese frondoso árbol de piel adolescente y culpable que se me antoja su cuerpo. Ahora soy yo quien debe elegir entre las dos barras de pan y, de poder, ¡ay!, lo tengo claro: elegiría a la joven panadera. Por eso me limito a sonreír y decirle que elija ella por mí.

Tomo la barra de pan entre mis manos, la acaricio y, anticipando el momento en que sirva de cortejo al chuletón con que hoy he decidido festejarme, pongo rumbo al hogar tarareando Free Fallin'.



2 comentarios:

  1. Hay canciones que eligen por ti, que se agarran a la zona melódica del cerebro y te asaltan a bocajarro para darte una BSO de por vida. Sí, I'm freeeeeeeeeee...

    Saludod

    ResponderEliminar
  2. Delicioso... fantasías innatas en el ser humano que, desde luego, hay que disfrutar con fruición...

    ResponderEliminar