Vivo
en un lugar donde solo se escucha.
Mi
única visión es la luz amarillenta
que
ilumina los candentes tacones,
de
chicas que celebran cada noche
que
tienen veinte años.
Yo,
sin embargo, tengo todos los años que existen.
Los
oídos más grandes y sensibles de este universo,
y
una imaginación que roza alguna sinceridad,
y
casi todas las perversiones. Por dulces que sean.
Tengo
la suerte de escuchar nuevos pasos
cada
diez minutos, cuyas ondas ahondan
más
mis arrugas y forman otras nuevas
en
los lugares más tersos de mi enferma inocencia.
Mis
ojos tienen la mueca de quedarse aquí,
en
esta eternidad de desconocimiento mutuo
entre
quien camina y quien escucha.
Me
conformo con que pisen mi silencio
con
su jaleo desmadrado.
Sus
tacones tienen más poder que los
libros
que no leo.
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