Llegó puntual, como
siempre, a esa cabaña apartada donde habían acordado tener sus
encuentros.
Hizo todo lo que él le
había enseñado que debía hacer.
Quedó desnuda frente al
espejo de cuerpo entero; los senos, que ahora estaban cubiertos por
sus rubias trenzas, habían comenzado a verse más turgentes en su
cuerpo ya púber. Del mismo modo, su cintura estaba más delineada.
Jugueteaba con las trenzas mientras se miraba de costado, sus caderas
se habían ensanchado, y eso le gustaba. Sonrió, le dio gracia verse
desnuda, llevando sólo las medias a rayas y los zapatos de charol.
Se echó las trenzas hacía
atrás y se quedó seria, contemplándose. Se pasó la lengua por el
labio inferior y sus manos comenzaron a acariciar cada tramo de su
blanca piel, hasta llegar a su entre pierna, donde jugueteó con los
rizos castaños, primero, y luego comenzó a masajearse el clítoris.
Cerró los ojos y jadeó con fuerza.
─Despacio ─le susurró
una voz desde la penumbra de la habitación─. Sabes que me gusta
ver que te lo hagas despacio.
Ella se detuvo y miró en
su dirección, hizo un mohín coqueto y se disculpó.
Se acuclilló frente al
espejo y abrió las piernas, apoyándose sobre una de sus manos; ver
sus labios ya húmedos y el clítoris asomando bajo su vello púbico
la excitó más.
Con el dedo índice de la
mano libre comenzó a delinear con lentitud los pliegues que ya se
estaban inflamando. Volvió a mirar hacía la penumbra.
─¿Así te gusta?
─preguntó, simulando voz aniñada. Sólo recibió un jadeo por
respuesta─. Si soy buena, ¿me dejarás jugar con tus hijas?
─volvió a preguntar, moviendo las caderas y emitiendo un gemido
cuando se introdujo dos dedos.
─Ven aquí, Alicia ─le
ordenó la voz, ahogada por el deseo.
Ella se acercó a la
penumbra. Una mano de hombre, con una gema roja brillando en uno de
sus dedos, la tomó por la cintura y la sentó sobre él. Ella pegó
un gritito y comenzó a moverse aferrada a su cuello, echando la
cabeza hacia atrás mientras él abarcaba uno de sus senos con ambas
manos y mordisqueaba el otro.
─Si eres buena, no sólo
te dejaré jugar con mis hijas ─le susurró entre jadeos─;
escribiré un cuento para ti, tan maravilloso como ese hueco caliente
que tienes entre las piernas.
Alicia sonrió y sus jadeos
se elevaron, nuevamente experimentaba uno de esos orgasmos que tanto
la asombraban.
─Alicia en el país de
las Maravillas se llamará... ¿Te gusta el nombre? ─murmuró él,
antes de lanzar un grito, en el momento exacto en que se derramaba
dentro de ella.
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