Despiertas en mí el
rumor del beso,
el ansia de tus labios,
como si tu saliva
bordara camellos con dos
jorobas
que fueran mis pechos.
En la amplitud, la
canción recuerda
la ternura, las trenzas
de la niña
y su pelota, el vestido
blanco manchado
de tierra, y el columpio.
Suena Chopin y se me
lleva, como me llevas
tú, entre silencios
rotos y el deseo.
El deseo me da nombre y
me convierte
en presencia como si en
mí viviese
la misma desnudez del
cristal que te refleja,
como si tú fueses los
ojos con que miro
el transcurrir del mundo.
El tiempo me amuralla y
con él rebaso
los caminos del Hades,
como Orfeo,
y la lira se afianza
entre mis ingles
que conocen las
respuestas a preguntas
destinadas a la lluvia.
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