Editorial Sloper
Los
potrillos recién nacidos, rosados, salvajes, son algo digno de ver.
Quién
puede culparme de mis deseos de alocada, si solo hago aquello que
Dios Nuestro Señor dijo que hiciéramos. Que nos juntáramos y
fructificáramos. Y tu piel me habla en un lenguaje en el que nadie
me ha hablado antes.
Claro
que hay otras pieles, faltaría más. Se me acercan en diversos
estados de excitación, varias formas de olisqueo de culo y de
refulgir de dientes, y yo voy decidiendo, con el dedito, este sí,
este no. Solo los mejores ejemplares de la especie, los bien
formados, con poco vello corporal, ojos brillantes, ni un pelo blanco
en el morro ni en las sienes. Siempre los mejores. Yo sé que tengo
las feromonas ganadoras, que las mías huelen cien veces mejor que
las de las otras pobres cachorras bañadas en perfume y cremas. Mi
pelo es sano y fuerte, las uñas un poco largas, la piel resplandece,
todo en mí es firme y turgente, un buen ejemplar de la raza, un
cuerpo hecho para el amor.
Mi
ropa interior es negra. Siempre. Pensé que te gustaría saberlo.
Un
hombre del bar del teatro me pidió el teléfono. Le dije que yo no
arreglaba las cosas importantes por teléfono. Se quedó mirándome y
preguntó:
-Pero
cómo hago para verte otra vez.
-Me
estás viendo ahora y el tiempo corre.
Qué
vas a hacer al respecto.
El
pasillo de camerinos era un buen lugar a esa hora. Ya solo quedaban
las flores que la prima donna no había querido llevarse. El tipo
sabía comportarse e incluso me sorprendió en un par de ocasiones.
No hablaba. Yo tampoco. A veces los mudos son de lo mejor, se quedan
como alucinados después. Este era más serio que los otros.
A
pesar de haber pasado un buen rato, te echaba de menos.
Me
llevaste a tu casa. De paso compramos vinos, y papas fritas de bolsa,
que nunca me gustaron. De todas maneras era increíble cómo me
gustabas vos, con esa cara de pelotudito.
Tu compañera de
piso era, según lo previsto, una arpía. Se moría porque le
dedicaras una mirada lasciva, pero vos eras bastante forro y ella no
podía desatar lo que desataba yo, porque para algo era yo quien era.
Chispas te saqué esa noche. Le dediqué, desde mi mente de mina
jodida, un par de acabadas gloriosas. Yo nunca finjo, y vos de todas
maneras no te hubieras dado cuenta. Pero estaba tan borracha de mi
propio poder que los orgasmos me gustaban el doble.
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