No
me conocías pero una mañana fría de abril esbozaste mi silueta con
trazos furiosos y desbocados sobre tu lienzo gastado. Breves imágenes
se aparecían ante ti pero solo cuando llegaba el ocaso y ya
destrozado sucumbías a Morfeo, en ese preciso instante intuías ese
cuerpo femenino que tanto te provocaba. Soñabas conmigo noche tras
noche y en tu eterna obsesión –ya que tan solo se te revelaba una
fracción de mi anatomía– día a día dibujabas una parte de mi
cuerpo, como a pedacitos; ahora una mano que recorría tu espalda,
ahora unas piernas sinuosas abiertas al abismo, un pecho voluptuoso
encajado en tu boca.
Fragmentos de imágenes se clavaban en tu
retina, olores, sabores truculentos, sonidos de risas cadenciosas.
Como en un collage, ibas colgando los dibujos en la pared de tu
estudio y enfrascado en tu enajenación decidiste buscarme en los
rostros de la gente que transitaban junto a ti, de camino al trabajo,
de vuelta a tu casa, en el bar donde cada mañana hacías el café.
Pasaron
los meses y ya me tenías completamente dibujada, pero no podías
darle vida a ese garabato insensible y carente de vida que
representaba mi cuerpo, querías poseer mi alma y todos mis sentidos,
pero era improbable porque los rostros mudaban una y otra vez.
Como
una Sibila, yo también te soñaba entre mis sábanas juguetonas.
Anticipaba tus sueños vinculados a los míos. Mis labios se
entumecían con solo pensarte, mi pecho se erguía, mi piel se
erizaba con solo pensar en el roce de tus dedos, como una onda
eléctrica, la explosión transitaba por todos los rincones de mi
cuerpo y se centraba en mi sexo engreído que anhelaba ese engranaje
perfecto, con tu miembro presto a sucumbir en una vorágine
arrolladora que nos condujera a la locura. Yo sabía a ciencia cierta
el día exacto de nuestra tentación más sublime, de nuestro
encuentro más arrollador, de la sed, la eterna sed que sentían
nuestros cuerpos por apagarse el uno en el otro. Y llegó la roja
seducción entremezclada con el fuego incandescente del delirio
abrumador. Llegó la hora tenue, la vida desvelada, los besos azul
eléctrico que desencadenaban chispas de estrella. Llegó el
encuentro que se posaba en nuestra mirada profunda, ansiosa,
destructora de nuestros envoltorios desechables como mi vestido, tu
camisa y pantalón, la ropa interior, que denostados iban cayendo
como pétalos de flores en el suelo.
Ausencias
y presencias estallaron en el olvido. Mas tú, sí tú, dibujante
ingrato, te obsesionaste con otro retrato y yo Sibila caída en la
desdicha, olvidé mis predicciones y sucumbí al encanto de tus besos
nefastos.
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