lunes, 6 de mayo de 2013

Asesinada. Cristina Ocaña




Salvajemente asesinada por tu miembro he quedado muerta. Yazco entre las sábanas de seda de mi oscura habitación; estoy muerta, sin pulso, con las pupilas dilatadas y los brazos extendidos en cruz. El perfume de tu sexo impregna todo mi cuerpo, toda la habitación y me ha embriagado por completo. Salvajemente asesinada por tus besos, por tu lengua afilada y obscena que no ha dejado rincón de mi cuerpo sin estocar. En mis oídos aún puedo escuchar tus jadeos, tu dulce voz, tus palabras ingratas y estremecedoras: voy a asesinarte de placer y te abandonaré ya muerta en tu cama. Entre una confusión de cuerpos, manos y pies me asesinaste salvajemente. Yazco muerta por tus continuas penetraciones. Ya nunca más volveré a recobrar el aliento; te lo llevaste contigo y me avisaste pero yo no lo creí.

Llegaste como un vendaval a mi vida y te fuiste destrozándolo todo como un tornado furioso y dejaste mi vida desordenada y confusa. Y para acabar de rematar tu violencia innata, yazco ahora muerta entre mis sábanas de seda. Lo preparaste todo a conciencia, tu coqueteo estúpido, el aleteo de tus pestañas como inútil mariposa, tu sonrisa torcida y anacrónica, tus ojos oscuros y profundos, tu aliento ácido y tu saliva caliente…

Pensé estar contigo en el paraíso, pero lo que no sabía es que acababa de abrir la puerta a los infiernos, intenté escapar, pero no me dejaste, me abrazaste fuerte y me hiciste sentir como una niña miedosa. Pasamos tardes calientes y bochornosas en el infierno con las manos entrelazadas, yo cabalgándote desaforadamente y tú con las manos en mi cintura pidiéndome más.

Cuando por fin escapé, y volví a retomar mi vida, no lo aceptaste y te llevaste mi alma, porque mi cuerpo ya no te pertenecía, ya no me pertenecía. Es por eso que yazco muerta entre mis sábanas de seda. No supe ver tus ojos de diablillo travieso…

No hay comentarios:

Publicar un comentario