jueves, 30 de mayo de 2013

No querer follarme a Rihanna nunca más. Maeve Madrigal




Tengo un póster de Rihanna frente al escritorio, para compensar, porque Rihanna está tan buena como cualquiera de ellas, igual de follable. Pero está vestida. Sí, esos cuatro trapos se pueden considerar ropa; al fin y al cabo tapan lo justo para que quede espacio para imaginar. Si algo falta en esta habitación es espacio para la imaginación. Mi compañero de trabajo está sentado ante la mesa de edición, bebiendo un batido de fresa que ha dejado una pasta repugnante y pegajosa en la comisura de sus labios. Un atisbo de barriga fofa y grasienta se le escapa de la camiseta negra, con un estampado blanco que reza, Arriba Insumisión. Yo miro hacia arriba, al techo de la sala de edición, lleno de manchas marrones y de agujeros, y me da por pensar en la manera en que nos quedamos atrapados, por no reflexionar bien si lo que anhelamos era, en realidad, lo que queríamos.

No creo que, para Barriga Al Aire, la complacencia vaya a ser nunca un problema. Este trabajo le llena como a un cerdo vivir en un lodazal. Y se comporta igual. No me malinterpretéis, no me quejo por tener un trabajo. De hecho no me quejo por nada, la verdad. Pero al cabo de un tiempo, de editar miles de escenas, de montar cuatro y cinco películas a la semana, este trabajo me empezó a afectar. La primera noche al llegar a casa, la tumbé sobre la cama y la follé como si no fuera a haber un mañana, hasta que entre suspiros y quejidos se oyó un pequeñísimo crack, igual que el que hace la fúrcula de los pollos asados cuando se parte entre los meñiques entrelazados, y ella me miró como supongo que mirarán los perros a sus amos justo antes de ser abandonados. En el hospital confirmaron dos costillas flotantes fisuradas y desgarro anal. Sí, hubo que dar explicaciones.

La segunda semana, cuando descargar toda la frustración sexual acumulada durante el día empezó a no ser suficiente, comenzaron los Juegos Olímpicos del Sexo, y empecé a follarla de pie en la terraza, bajo el sol de Febrero, leyéndola en voz alta Peribánez y el comendador de Ocaña, mientras ella prendía fósforos entre sus dedos ateridos. Luego, cuando el resfriado pasó a ser neumonía, aproveché que se pasaba el día en cama para introducir en su cuerpo cerezas que intentaba sacar luego con la lengua, con la sensación de que la piel de su vagina era una esponja que me absorbía la vida.

La sexta semana, cuando me cansé de despeñarme entre sus tetas, la metí en la bañera boca arriba y hundí su cabeza bajo el agua para ver cómo su orgasmo se traducía en burbujas atropelladas y náufragas, y su pelo rubio ondulaba bajo el agua como un cindario atrapando plancton bajo el mar. El agua salía en olas gigantes escalera abajo hasta el portal, y se corrió el infundio de que teníamos un lavadero clandestino de mascotas. Mientras, los Juegos Olímpicos del Sexo entraban en una nueva edición donde el sexo y el correrse comenzaba a ser lo de menos, y a mi polla le daba menos por jugar a ser Helicón al sonido de las musas que a mi cerebro por excitarse imaginando nuevas maneras de convertir el sexo en algo que no se pareciera en nada a lo que veía en la pantalla de la sala de edición. La pedí permiso para convertir en realidad cada fantasía, la dejaba saciada cada día y, los fines de semana, hacia realidad todo lo que ella me pedía: Hice las labores de la casa atrapado en de un corsé de color púrpura, y pasé el plumero con mi erección envuelta en una boa de plumas de gallina. Me cubrí el cuerpo de natillas y canela y pasé hora y media tumbado en la mesa de la sala, hasta que me lamió entero con la lengua; hicimos el amor como nunca antes lo habíamos hecho, a través del cristal de la galería, sin rozarnos ni tocarnos ni escucharnos, sólo mirándonos a los ojos a cuatro milímetros escasos.


Tengo la hipótesis de que estamos condenados a fracasar en todo lo que emprendamos si no lo hacemos con el corazón en la mano. Tengo marcado su último mordisco aún en mi cadera, como ella tendrá marcadas mis uñas en su cuello. Barriga Fofa mastica un par de antiácidos y aprovecha el metraje sobrante de ayer para arreglar un gatillazo en el rodaje de hoy. Reciclaje de orgasmos. Abro el IRC y me conecto con el nick de Barriga Peluda, Nefilibata, y en seguida se conecta ella con el suyo, MaeveEstefanía. Pero no hablamos. Lucho contra la imbecilidad que me ha arrastrado a un infierno en el que todo lo importante se ha desvanecido, y la ausencia de su cuerpo no tiene tanta importancia como el no poder recordar el sonido de su voz pronunciando mi nombre, o contándome una anécdota divertida; las arrugas de sus ojos al reírse se han borrado, y sólo veo su cuerpo desnudo y escucho sus gemidos. Cortamos y pegamos pedazos de cópulas humanas como si editáramos un reportaje sobre la subida del precio del petróleo. El colorete de las actrices porno siempre es demasiado exagerado. Las posturas siempre siguen la misma partitura porque el consumidor no quiere tener que imaginar nada. Y yo, ya no sé lo que siento. El vacío se planta ante mi y me recuerda que no estamos hechos para tenerlo todo, por más que duela. Rihanna sigue suficientemente tapada en su póster, chica lista, que sabe que, sólo en la imaginación, follar con ella vale su peso en oro y que traer al mundo real todo lo que quieres, a veces, cuesta una vida.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Isabel. Maynor Xavier Cruz




I
Yo nunca terminé de sacarme la imagen de ella por las noches, quizá tendría que ver el hecho de estarla viendo todos los días mientras se bañaba; siempre esperaba el momento cuando ella entraba al baño y yo desde mi casa estaba atento, esperando, para verla desnudarse, apenas eran doce metros de distancia desde donde yo estaba hasta su casa. Cómo no desear ese par de pechos deliciosos, esos pezones rozados que me apuntaban a la boca.
Tengo tantos días de pensar en ella; apenas es mayor que yo tres años, pero la deseo tanto, como no soy capaz de desear a ninguna compañera de clase; a veces cuando me la topo en el camino apenas la saludo.
Si supiera ella cuánto esperma he derramado en su nombre, cuántas veces la he deseado a mi lado, juntos, ver su sonrisa luego de hacerla sentir mujer, darle lo que ella me pida, ser el hombre más apasionado, con tal sea mía siquiera una vez.
Hoy se detuvo frente a mí, casi se me fue la respiración, verla venir, creer que iba a doblar y no quedarse a mi lado, según para preguntarme una cosa, decirme que soy un tipo que le trasmite paz, si supiera que soy el mismo que está pendiente todas los días de verla desnuda, creo que es capaz de cambiar de opinión, de tildarme de enfermo sexual.

II
Siempre supe que él estaba espiándome, pero no lo veía como un aberrado, creo que algo tenía en su mirada que me hacía estar tranquila y relajada, por eso le dejaba que viera mis pechos, pues sé que es la mejor virtud que poseo; sé que los desea, que si un día se los ofrezco es capaz de acariciarlos como nadie nunca lo ha hecho.

Sé que me mira, que me busca con los ojos, cuando nos encontramos apenas es capaz de decirme adiós, o un buenos días; me causa gracia saber que es mi vecino preferido, y temeroso, como si yo fuera a lastimarlo o reclamarle por su deseo hacia mí, me siento tan deliciosa al saber que me ve desnuda, que desea tocarme, y la impotencia que le produce pensar que nunca podrá hacerlo, que solo soy su fantasía.

Me imagino que ha sido capaz de pensar en mi cuerpo una y otra vez, me lo imagino con su cosa lista para mí, buscando la manera de ser mi esclavo sexual, con tal yo me sienta satisfecha.

Lo vi como una mascota inofensiva y me atreví a llegar hasta donde estaba y decirle lo que me produce, estaba temblando el pobre, tal vez creyó que le iba a reclamar por todos los días que ha posado su mirada sobre mi cuerpo desnudo, si supiera que ya lo sé creo que sería capaz de morirse de pena, o negarlo todo, pero no creo que lo haga todavía, esperaré el momento indicado, quiero ver la cara que pondrá, quiero reírme un rato de este niño indefenso.

III
Otra vez se está bañando, siento que cada día que lo hace se tarda más, como si supiera que estoy cerca, como si me ofreciera su cuerpo para que mis ojos supieran que es para ellos, para se grabaran esa imagen de belleza joven, que se ofrece antes del sacrificio, que deja ver cada parte de su cuerpo antes de ser entregado a algún dios.

Cuánto desearía que esta noche, que no está mi madre en casa, ella fuera capaz de venir a visitarme y pedirme la haga mía una y mil veces; sería precioso tener en mi cama su cuerpo desnudo, ese par de nalgas haciendo un arco, sus pechos a plan de las sábanas y ella viéndome a los ojos, soltando una sonrisa delicada, coqueta, con ganas de decirme que siempre había deseado estar conmigo, de que mis manos fueran las primeras en tocar su piel.

IV
Parece que ha notado que me desnudo para él, espero que disfrute, me gusta que lo haga, que crea que no sé dónde se esconde, me gusta saber que está ahí, siempre esperando verme entrar, es tan rico sentirme deseada por él, mi pobre mascota indefensa, con su carita de no hacerle daño a nadie, de no ser lascivo con sus vecinas, de no serlo conmigo.

Sé que su madre salió, que no está en casa, tengo insomnio, y ganas de verlo, iré a su casa, quiero ver la cara que pone al verme, mis padres viven tanto en sus mundo que ni cuenta se darán que he salido.

V
Los pasos de ella iban rumbo a su casa, tuvo ganas de irse desnuda, pero no quería que le saliera otro que gozara su atrevimiento; se sentía traviesa, tenía ganas de jugarle la mejor de las bromas, o tal vez solo sentirlo cerca, ver que su mirada se inclinara por unos segundos sobre sus pechos, reírse un rato de su sorpresa. Tocó la puerta, desde la ventana de la habitación él la pudo ver. No sabía si debía abrir la puerta, no sabía cómo reaccionar, ella estaba ahí, justo como lo había deseado; se puso el pantalón y dijo “voy, dame un momento”; Isabel estaba sonriente.
Cuando la puerta se abrió ella le hizo la pregunta obligada:
¿Puedo pasar a tu casa?
Venía tranquila, entonces podía arriesgarse, necesitaba hacerlo, era su única oportunidad de quedarse con ella, de tocar su piel, que tanto miró de lejos. Tenía miedo de preguntarle, pero su deseo era mayor.
Con una condición.
¿Cuál?
Que te quedés a dormir conmigo.
Esperaba una ofensa pero ella lo miró con malicia. No era mala idea, le gustó que su mascota indefensa pidiera un poquito de cariño. Hubo un ligero cambio de planes en sus intenciones.
A eso vine —dijo convencida de su decisión.
La puerta se cerró casi sin hacer ruido.




martes, 28 de mayo de 2013

Bragas. Ana Patricia Moya




Abro los ojos, perezosa. Me encuentro nuestras bragas encima de la mesita de noche, los sujetadores y el resto de la ropa tirada por el suelo de mi cuarto. A mi lado, está ella, durmiendo, respirando rítmicamente; me gusta mirarle cuando duerme, pero jamás lo confesaré. Me levanto, me pongo una bata y me voy a la cocina. A mi regreso a la habitación, con una taza en la mano, me la encuentro de píe, frotándose los ojos y estirándose. Yo me apoyo en la pared, la observo, en silencio, con curiosidad lujuriosa: es cierto que no tiene un cuerpo espectacular, pero para mis ojos es una mujer bellísima a pesar de su estatura, su barriguita y sus marcadas estrías. Sus imperfecciones me resultan de lo más erótico. Ella me gusta, y lo sabe; me sonríe y comienza, muy coqueta, a vestirse. Le ofrezco quedarse en la cama todo el día si quiere… ella dice no. Le invito a almorzar fuera con unos amigos… y rechaza la oferta… no sé por qué me molesto en insistir con insinuaciones porque siempre obtengo un no por respuesta… pero bueno… la fuerza de la costumbre, quizás. Termina de arreglarse, le da un sorbito a mi café, me besa y prometemos vernos la noche del próximo sábado. Con el portazo de despedida, me siento en la cama. Aspiro fuerte por la nariz: su aroma se mezcla con el de la taza. Sí: es una egoísta. Va a lo que va. Sexo… todo es sexo. Estuvo claro desde el principio. A pesar de que llevamos acostándonos meses, somos desconocidas. El roce no hace el cariño, sino el placer. Ella se limita a abrirse de piernas y evitar abrir su corazón. Sí… es egoísta… muy egoísta… pero, pienso, que yo también soy egoísta por pretender quererla.

lunes, 27 de mayo de 2013

Morbo (frag.). Brenda Ascoz




Tras algunas demoradas espirales que descienden hasta mi cintura y se detienen un segundo en el nacimiento de las nalgas, me vuelvo hacia él, impidiendo mediante una deliberada lentitud la pérdida de contacto entre las yemas de sus dedos y mi piel. Nos besamos sin abrir los ojos, avergonzados los dos, e indecisos, nos lamemos los labios con suavidad, cachorros que cuidan el uno del otro. Y él me toma de la mano y me la aprieta; una petición de permiso para seguir avanzando que recibe por respuesta el arqueo de mi espalda, la exhalación de un hondo suspiro. Nos sentamos sobre el colchón sin abandonar los besos, sin atrevernos -abiertos los ojos ahora- a mirarnos, y me dejo conducir fuera de la cama, hasta el blanco frío de una pared. Con una mano apoyada en el estuco, deslizo la otra hasta la cabeza de Jorge, que se ha arrodillado a mis pies. Sonrío, contenta por fin de ser quien soy, de encontrarme en el preciso lugar donde me encuentro.

Que se arrodilla en el suelo y me abraza las piernas como si abrazara a un ídolo: la misma ciega devoción en el modo de acariciarme, de presionarme con una intensidad calculada. Consigue que me sienta poderosa, feliz por formar parte de este instante que debe, puesto que es efímero, ser apurado. Trato entonces de absorber el tacto de sus manos sobre mi cintura, mis caderas, mis muslos; también a través del tacto, la textura de su pelo negro. Al mismo tiempo, y esto me resulta más sencillo, intento fijar su imagen, arrodillado a mis pies, profanándome como lo está haciendo ahora, con una veneración casi mística. Y es una imagen que, probablemente, permanecerá en mis retinas hasta el final de mis días, una de las que rescataré cando busque fotogramas felices a los que coser el pasado. Soy tan feliz como puedo serlo. Tan feliz que llega a dolerme. 







de Morbo (Ed. Eclipsados, 2013). 

domingo, 26 de mayo de 2013

Dibujarte. Cristina Ocaña




No me conocías pero una mañana fría de abril esbozaste mi silueta con trazos furiosos y desbocados sobre tu lienzo gastado. Breves imágenes se aparecían ante ti pero solo cuando llegaba el ocaso y ya destrozado sucumbías a Morfeo, en ese preciso instante intuías ese cuerpo femenino que tanto te provocaba. Soñabas conmigo noche tras noche y en tu eterna obsesión –ya que tan solo se te revelaba una fracción de mi anatomía– día a día dibujabas una parte de mi cuerpo, como a pedacitos; ahora una mano que recorría tu espalda, ahora unas piernas sinuosas abiertas al abismo, un pecho voluptuoso encajado en tu boca. 

Fragmentos de imágenes se clavaban en tu retina, olores, sabores truculentos, sonidos de risas cadenciosas. Como en un collage, ibas colgando los dibujos en la pared de tu estudio y enfrascado en tu enajenación decidiste buscarme en los rostros de la gente que transitaban junto a ti, de camino al trabajo, de vuelta a tu casa, en el bar donde cada mañana hacías el café.

Pasaron los meses y ya me tenías completamente dibujada, pero no podías darle vida a ese garabato insensible y carente de vida que representaba mi cuerpo, querías poseer mi alma y todos mis sentidos, pero era improbable porque los rostros mudaban una y otra vez.

Como una Sibila, yo también te soñaba entre mis sábanas juguetonas. Anticipaba tus sueños vinculados a los míos. Mis labios se entumecían con solo pensarte, mi pecho se erguía, mi piel se erizaba con solo pensar en el roce de tus dedos, como una onda eléctrica, la explosión transitaba por todos los rincones de mi cuerpo y se centraba en mi sexo engreído que anhelaba ese engranaje perfecto, con tu miembro presto a sucumbir en una vorágine arrolladora que nos condujera a la locura. Yo sabía a ciencia cierta el día exacto de nuestra tentación más sublime, de nuestro encuentro más arrollador, de la sed, la eterna sed que sentían nuestros cuerpos por apagarse el uno en el otro. Y llegó la roja seducción entremezclada con el fuego incandescente del delirio abrumador. Llegó la hora tenue, la vida desvelada, los besos azul eléctrico que desencadenaban chispas de estrella. Llegó el encuentro que se posaba en nuestra mirada profunda, ansiosa, destructora de nuestros envoltorios desechables como mi vestido, tu camisa y pantalón, la ropa interior, que denostados iban cayendo como pétalos de flores en el suelo.

Ausencias y presencias estallaron en el olvido. Mas tú, sí tú, dibujante ingrato, te obsesionaste con otro retrato y yo Sibila caída en la desdicha, olvidé mis predicciones y sucumbí al encanto de tus besos nefastos.

Flor de nieve. Ericka Volkova




La boca aún a vos me sabe. El paladar de nuestros sudores se ha impregnado, y mis manos que vuestro cuerpo han recorrido, por mi vientre existen en esa caricia sórdida que yo misma me produzco. Recuerdo los instantes mientras os miro, mientras el sueño vuestro en vigilia resguardo, perpetuando el momento en que vuestros senos engullía al unísono de los dedos vuestros que por mi espalda vos deslizabais, recorriéndome el cuello, viajando por la cintura, a mí aferrándolos en la concavidad de los glúteos para a las caderas ancladles, a vos atrayéndome, a vos fundiéndome, y cual elixir amorfo que en humos transforma, trasmutamos por las lenguas de éstas nuestras bocas que ensalivadas, los flujos nuestros absorbieren.

La boca a vos aún me sabe y probar bocado distinto a mí no apetece, vuestras piernas que extendidas en la cama reposan de ello sospechan: largas y delgadas, curvilíneas que adustas a mis labios retan por los tobillos se entrelazan, dejándome observar que los muslos firmes celan el secreto del placer orgásmico nuestro, masturbando la mente mía que en ansia absoluta apoderadme de vos por la espalda ordenare, vuestro cuello besando, vuestros lóbulos mordisqueando, perdiéndome por el pelo vuestro que a mi cara cubriere, que a mis dedos en sus cabellos enredaren, aprisionando vuestro cuerpo con el peso del mío, limpias ambas que la piel nuestra al contacto del sudor en fuego helado nuestros cuerpos engusgaren.

La boca aún en mis manos a vos me sabe.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Cibernautas. José G. Cordonié






Malisa es una chica mala. Tiene pura candidez en la mirada cuando la deja caída. Y tiene un punto de lascivia desatada en la carnosidad de sus labios. Más aún cuando sonríe. Ahora bebe una Pepsy light y su mirada se queda anclada en el borde del vaso a cada instante, para evitar llevar los ojos directamente al rostro de él y mantenerlos quietos en su mirada.

Erick69 es un canalla, y eso se nota en los rasgos de su cara. Aunque su pose le haga parecer en este momento un hombre apocado, tímido y reservado. Bebe un trago lento de su cerveza y, mientras bebe, deja su mirada en la arruga que se forma justo debajo del voluminoso pecho de la camisa chocolate de ella. Lo hace disimulando. Deja allí varada la mirada y ella lo percibe, y le gusta.

Es la primera vez que se ven, al menos en persona, y en este momento no sabe ninguno de los dos evaluar si el otro, es decir, su acompañante, se encuentra cerca o lejos de lo realmente imaginado. De aquello que cada cual ha pensado del otro antes de producirse la cita. Tampoco pueden atreverse a aventurar si sus fantasías se llevarán a cabo. Sus rostros ya se conocían, de alguna manera, y sus cuerpos y su voz, pero esta es la primera vez que se encuentran, que se ven el uno del otro frente a frente sin que medie una pantalla de ordenador. Sus pensamientos orbitan a través de ondas de silencio y de palabras que aún no dicen nada. Buscan la manera, sin saber todavía cómo llevarlo a cabo, de romper esa situación fría y borrascosa que sin querer han compuesto, de volcar sus anhelos y las fantasías que cada uno de ellos tienen bordadas en la punta de la lengua y que crearon pensando en este encuentro.

En este momento es posible que ambos piensen que haber quedado en la cafetería haya sido un error. Un entorno muy lejano a los lugares imaginados en los momentos en que soñaron con este encuentro y al que dieron forma en sus imaginaciones exaltadas en solitario, mientras que cada uno acariciaba su cuerpo en la soledad de sus habitaciones a oscuras, en la noche, hasta llegar al clímax pensando en el otro. En el otro en ese momento que ya habían ideado juntos, que ya estaba planeado, incluso cerrado en la agenda del calendario. Pero quizá la cafetería sea un lugar equivocado para encontrarse, demasiado doméstico, donde no imaginaron que les podría costar romper el hielo para conocerse un poco mejor antes de irse a la habitación del hostal que tienen reservada desde hace días a escasamente dos manzanas de distancia.
Malisa espera que él dé el paso, que sepa cómo dirigir la situación hasta conseguir el punto justo, ácido y dulce, de la lujuria y de la salacidad, tal como siempre ha venido haciendo en sus encuentros ocasionales a través de aquel chat, hasta llegar hasta la intimidad de sus cam enchufadas frente a frente en sus msn. En ese terreno Erick69 sabe bien cómo encaminarla reptando por la lubricidad de su palabra escrita y de sus gestos en la cámara, desnudo y desatado de cualquier tipo de tabú o cohibimiento. Malisa, aún en la cortante frialdad de la cafetería, no puede dejar de pensar en esas imágenes que recuerda. O incluso de aquellas otras que en el algún momento ha imaginado. Por eso desea romper a la mayor brevedad, y de una vez por todas, esa timidez inicial que les acoge y correr hacia la pasión y la furia en la cama del hostal que les espera. Aunque sólo ve a Erick69 hasta el pecho, sentado con los brazos cruzados sobre la mesa frente a ella, no puede dejar de pensar en su inmenso pene, que tan bien conoce a pesar de nunca haberlo tocado, ni olido ni probado. Conoce su extensión, su curvatura cuando está erecto, las marcas de las venas hinchadas bajo la piel, el colorido de su glande poco antes del éxtasis.

Los ojos de Erick69 se balancean sobre el pecho de Malisa. Lo imagina claramente liberado de esa camisa y de ese sujetador que lo sostiene. Parece que su mirada, envalentonada por la imaginación, ha logrado traspasar la tela de algodón y los encajes y ha llegado a la oscuridad de la piel donde se encumbran sus enormes pezones. Dos galletas María oscuras y gomosas que ya supuso besar, lamer y acariciar cada una de las veces que ella enfocó su cam hacia sus tetas, antes de que fuera dirigiendo la lente ansiosa hacia el sur de su cuerpo abrupto, allí donde se recortaba el pubis y su coño, que más tarde terminaba abriéndose como una flor venenosa o como una planta carnívora a donde llevaba sus blancos dedos para acariciarse sensualmente. «Sigue así. Ábrelo más Malisa. Introduce tus dedos poco a poco, lentamente, imaginando que soy yo quien está ahí contigo y te penetra» decía entonces Erick69, o quizá lo pensaba y no llegaba a escribirlo mientras se agitaba frente a la cámara para que ella, estirada sobre la cama, pudiese contemplar sus estremecimientos. Incluso el olor que ahora le llega de Malisa no le parece desconocido, como si ya hubiera olido anteriormente ese perfume en su cuerpo al besarlo y al amarlo en la lentitud fascinante de aquellas noches cibernéticas. O quizá, piensa ahora Erick69 mientras termina su cerveza, que se trate del mismo perfume que lleva su mujer. No lo puede recordar, pero tiene la seguridad de haberlo tenido anteriormente en su nariz en algún momento de lujuria y de pasión. Y este pensamiento le lleva, por solo un instante, a pensar en su mujer, en lo poco que podría imaginarse a su marido en una situación así, a la espera de un encuentro esporádico y sexual en las sábanas de una pensión barata del más viejo Madrid.

Aunque la escena parece silenciosa, no dejan de hablar en un solo momento, pero lo hacen de manera pausada, entrecortada, sin que nada se diga realmente, como si fueran palabras vacías, carentes de contenidos que sólo sirvieran para establecer un espacio donde habituarse antes de liberarse de los pesos de sus consciencias y enredarse en el más salvaje amorío, donde tienen, sin embargo, la extraña seguridad, o certeza, de que reinventarán la excitación y la carnosidad de sus ardores desbordando la libido más allá de lo que nunca han alcanzado a imaginar cuando planearon su encuentro secreto.

Malisa da el último sorbo a su Pepsi, dejando casi intactos los hielos amontonados en el interior del vaso, en cuyo borde queda estampada la huella de sus labios en rojo, como el matasellos en una carta recién enviada. Levanta la pierna izquierda para cruzarla sobre la derecha y, en ese gesto manifiestamente intencionado, le permite ver a Erick69 la parte más cálida de su muslo, justo donde acaba la media transparente que lleva sujeta a una liga blanca de encaje con un lazo azul. Es una imagen muy erótica de la que él no pierde detalle y que le hace tragar saliva sin quitar un ojo de ese espacio que le permite entrever la carne y el húmedo calor que tanto ansía bajo su falda. Malisa cruza las piernas muy despacio, mucho más despacio de lo que podría hacerse en un gesto natural, y lo hace sabiendo que él la mira y la desea, que de esta manera puede lograr acelerar la pasión que ahora, en la cafetería, parece atenuada, o incluso inexistente. Con unas medias similares, sujetas por esas ligas de encaje fino, Erick69 la vio días atrás bailar delante de la cámara, desnudándose muy lentamente hasta quedar desnuda por entero, salvo por un corpiño blanco sensual, semiabierto, y esas ligas de encaje blanco, para después bajarse livianamente su tanga blanco para mostrarle su pubis de bello negro e hirsuto que, seguidamente, rasuró delante de él, hasta dejarlo como un jardín recién segado, de hierba rala extendida en un triángulo isósceles invertido donde él deseaba pacer en sus sueños.

Ella nota la erección de Erick69 bajo su pantalón vaquero y vuelve a imaginar su gigantesco pene curvado hacia su vientre. Lo imagina primero en su mano, ante sus labios recién pintados, y más tarde lo proyecta entrando dentro de ella salvajemente, al rojo vivo, como una barra de hierro sacada de la fragua del herrero. Y al pensarlo, casi lo siente. Es como si su mente agitada por el deseo anticipara incluso ese momento futuro que tiene la seguridad de que ha de llegar pronto. Lo siente dentro de ella, entrando abriendo los pliegues húmedos de su vulva, palpitando en su interior como un corazón inmenso a punto de reventar. Malisa acomoda sus codos sobre la mesa y se echa hacia delante permitiendo, de manera ensayada, que se abra el escote de su camisa para dejar asomar un pecho redondeado atrapado en el encaje blanco de un sujetador que no es capaz de recoger en su copa toda su inmensidad. Los ojos sí se miran ahora. Se encuentran a 40 centímetros en línea, a una distancia donde los besos empiezan a ser pensados, o realmente maquinados.

«¿Y ahora qué?» Dice Malisa abriendo su sonrisa hacia él y entornando sus ojos pardos perfilados con una suave y fina raya añil. Y entonces se levantan y marchan hacia la calle, donde el invierno se extiende hacia la noche más fría que puedan recordar, mientras piensan si deben caminar juntos cogidos de la mano hacia la pensión, o dejar que cada uno camine en un sentido contrario, para no llegar nunca a ese hostal y dejar los sueños como fantasías inacabadas. Infinitas.

Contornos. Cristina Ocaña



En la tarde adormecida sigo tus contornos y no me importa que sean imperfectos. Resigo tu rostro cansado, tu mueca torcida, tus arrugas desprovistas de toda delicadeza, tus manos que se confunden con las mías. Resigo un sinfín de líneas que me llevan a tu cuerpo desgarbado y voluptuoso. Amo tu imperfección que al igual que la mía, son desordenes de nuestra propia naturaleza. Aun así tengo la convicción de que somos seres perfectos pero que pasamos desapercibidos por este mundo inconstante y desordenado. La tarde languidece junto a nuestros cuerpos imperfectos y tus dedos resiguen mis curvas deshonrosas y pasadas de moda. Con todo, sigo amando el sentimiento mutuo que nos profesamos, los gestos dulces, los besos que me recuerdan los años vividos, las caricias sedosas que son tuyas y mías.

Has quebrantado toda mi voluntad, has penetrado en mí una y mil veces en un juego infinito de delirios placenteros. No hay rincón de mi cuerpo que no se excite con cada acometida que me prodigas. Nuestras lenguas desbocadas se unen en una especie de rito transmitido por los ancestros. Nuestros contornos se confunden en esa tarde errática y melancólica.

En la tarde denostada se unen nuestros contornos para fundirse en uno solo. Solo los buenos amantes entienden ese momento acaecido en esa fragua ardiente, que llega a forjar un solo cuerpo majestuoso, apolíneo, incandescente, envuelto en pura eternidad. Navego en tu cintura y en ese deleite nos dejamos llevar hasta alcanzar un orgasmo cósmico, mezcla de un Big Bang descontrolado henchido de un éxtasis lujurioso. Es entonces que exploto en miles de pedazos, y los voy dejando en cada esquina recordada por ti; exploto en miles de fragmentos que deposito en esta alcoba para que sueñen contigo. Exploto junto a ti en un torrente de lágrimas que se derraman incontroladas; y en esa explosión arrolladora te llevo conmigo en cada átomo de mi ser.

Y te seduzco para que vengas conmigo –más allá al infinito– porque sé que mis contornos ahora se desdibujan con los tuyos invariablemente.

sábado, 11 de mayo de 2013

Sexy. Anais Nit (Noelia Olmedo)




Sexy es tu boca. Tu boca de labios mullidos, suaves, sugerentes. Sexy es cómo te pasas la mano por el pelo en un gesto descuidado. Sexy es tu olor, tu presencia, incluso cuando estás cansado o triste. Te miro y algo muy cálido, muy delicado y fuerte a la vez, me corre por las venas. Como la sangre, como el deseo que siento cada vez que te subes las gafas, ésas nuevecitas a las que no te acostumbras. Eres todo sexo para mí, todo volcán, aunque tenga que rascar entre algunas cenizas de lo cotidiano. Eres la mano caliente que se mete entre mis piernas, el sudor perfumado que mana del cuello amado, que aspiro como si esnifara gloria. Me pregunto cuánto puede durar esta maravillosa y sensual sensación que siento cuando me abrazas, cuando traspasas con tu ternura la dureza de lo rutinario. Pero es una pregunta absurda, porque cuando me besas de nuevo, cuando me acaricias la nuca con tus dedos de pianista ruso, yo te amo por encima del poso del tiempo, y nada puede detener el latido de mi sexo, y el presente, como un regalo divino, nos arranca de la certeza de la muerte. Sólo por un segundo somos libres, mi sexy compañero, para gozar de nuestros cuerpos y olvidar todo lo demás. Porque lo demás no importa demasiado cuando nos fundimos en un abrazo de carne y deseo. Eso es lo que siento ahora, mi dulce compañero. Y te lo voy a demostrar. Ven.

lunes, 6 de mayo de 2013

Asesinada. Cristina Ocaña




Salvajemente asesinada por tu miembro he quedado muerta. Yazco entre las sábanas de seda de mi oscura habitación; estoy muerta, sin pulso, con las pupilas dilatadas y los brazos extendidos en cruz. El perfume de tu sexo impregna todo mi cuerpo, toda la habitación y me ha embriagado por completo. Salvajemente asesinada por tus besos, por tu lengua afilada y obscena que no ha dejado rincón de mi cuerpo sin estocar. En mis oídos aún puedo escuchar tus jadeos, tu dulce voz, tus palabras ingratas y estremecedoras: voy a asesinarte de placer y te abandonaré ya muerta en tu cama. Entre una confusión de cuerpos, manos y pies me asesinaste salvajemente. Yazco muerta por tus continuas penetraciones. Ya nunca más volveré a recobrar el aliento; te lo llevaste contigo y me avisaste pero yo no lo creí.

Llegaste como un vendaval a mi vida y te fuiste destrozándolo todo como un tornado furioso y dejaste mi vida desordenada y confusa. Y para acabar de rematar tu violencia innata, yazco ahora muerta entre mis sábanas de seda. Lo preparaste todo a conciencia, tu coqueteo estúpido, el aleteo de tus pestañas como inútil mariposa, tu sonrisa torcida y anacrónica, tus ojos oscuros y profundos, tu aliento ácido y tu saliva caliente…

Pensé estar contigo en el paraíso, pero lo que no sabía es que acababa de abrir la puerta a los infiernos, intenté escapar, pero no me dejaste, me abrazaste fuerte y me hiciste sentir como una niña miedosa. Pasamos tardes calientes y bochornosas en el infierno con las manos entrelazadas, yo cabalgándote desaforadamente y tú con las manos en mi cintura pidiéndome más.

Cuando por fin escapé, y volví a retomar mi vida, no lo aceptaste y te llevaste mi alma, porque mi cuerpo ya no te pertenecía, ya no me pertenecía. Es por eso que yazco muerta entre mis sábanas de seda. No supe ver tus ojos de diablillo travieso…

jueves, 2 de mayo de 2013

Nido de Anguilas. Jorge Ortiz Robla





En la soledad del orgasmo,
la masturbación es voraz y cutánea.

[Cierro los ojos y veo mi lengua circunvalando tus labios.
Cambio una y otra vez de pierna,
como de sentido en la autopista]

La soledad del orgasmo en la oficina,
en el salón,
en el probador de unos grandes almacenes.

[Cierro los ojos y veo cómo mi carne entra en tu carne.
El sexo es eso,
el amor, todo lo demás]

La soledad del orgasmo en un sillón
o bajo la luz cenital del cuarto de baño.

[Cierro los ojos e irrigo tu sexo
con la alcachofa de la ducha.
Tu placer licuado se va por el sumidero.
El mío,
con el rugir acuático de la cisterna]

Ahora sí me siento jodidamente eléctrico,
Ahora sí, mi próstata es un nido de anguilas.