Tengo
un póster de Rihanna frente al escritorio, para compensar, porque
Rihanna está tan buena como cualquiera de ellas, igual de follable.
Pero está vestida. Sí, esos cuatro trapos se pueden considerar
ropa; al fin y al cabo tapan lo justo para que quede espacio para
imaginar. Si algo falta en esta habitación es espacio para la
imaginación. Mi compañero de trabajo está sentado ante la mesa de
edición, bebiendo un batido de fresa que ha dejado una pasta
repugnante y pegajosa en la comisura de sus labios. Un atisbo de
barriga fofa y grasienta se le escapa de la camiseta negra, con un
estampado blanco que reza, Arriba Insumisión. Yo miro hacia arriba,
al techo de la sala de edición, lleno de manchas marrones y de
agujeros, y me da por pensar en la manera en que nos quedamos
atrapados, por no reflexionar bien si lo que anhelamos era, en
realidad, lo que queríamos.
No
creo que, para Barriga Al Aire, la complacencia vaya a ser nunca un
problema. Este trabajo le llena como a un cerdo vivir en un lodazal.
Y se comporta igual. No me malinterpretéis, no me quejo por tener un
trabajo. De hecho no me quejo por nada, la verdad. Pero al cabo de un
tiempo, de editar miles de escenas, de montar cuatro y cinco
películas a la semana, este trabajo me empezó a afectar. La primera
noche al llegar a casa, la tumbé sobre la cama y la follé como si
no fuera a haber un mañana, hasta que entre suspiros y quejidos se
oyó un pequeñísimo crack, igual que el que hace la fúrcula de los
pollos asados cuando se parte entre los meñiques entrelazados, y
ella me miró como supongo que mirarán los perros a sus amos justo
antes de ser abandonados. En el hospital confirmaron dos costillas
flotantes fisuradas y desgarro anal. Sí, hubo que dar explicaciones.
La
segunda semana, cuando descargar toda la frustración sexual
acumulada durante el día empezó a no ser suficiente, comenzaron los
Juegos Olímpicos del Sexo, y empecé a follarla de pie en la
terraza, bajo el sol de Febrero, leyéndola en voz alta Peribánez y
el comendador de Ocaña, mientras ella prendía fósforos entre sus
dedos ateridos. Luego, cuando el resfriado pasó a ser neumonía,
aproveché que se pasaba el día en cama para introducir en su cuerpo
cerezas que intentaba sacar luego con la lengua, con la sensación de
que la piel de su vagina era una esponja que me absorbía la vida.
La
sexta semana, cuando me cansé de despeñarme entre sus tetas, la
metí en la bañera boca arriba y hundí su cabeza bajo el agua para
ver cómo su orgasmo se traducía en burbujas atropelladas y
náufragas, y su pelo rubio ondulaba bajo el agua como un cindario
atrapando plancton bajo el mar. El agua salía en olas gigantes
escalera abajo hasta el portal, y se corrió el infundio de que
teníamos un lavadero clandestino de mascotas. Mientras, los Juegos
Olímpicos del Sexo entraban en una nueva edición donde el sexo y el
correrse comenzaba a ser lo de menos, y a mi polla le daba menos por
jugar a ser Helicón al sonido de las musas que a mi cerebro por
excitarse imaginando nuevas maneras de convertir el sexo en algo que
no se pareciera en nada a lo que veía en la pantalla de la sala de
edición. La pedí permiso para convertir en realidad cada fantasía,
la dejaba saciada cada día y, los fines de semana, hacia realidad
todo lo que ella me pedía: Hice las labores de la casa atrapado en
de un corsé de color púrpura, y pasé el plumero con mi erección
envuelta en una boa de plumas de gallina. Me cubrí el cuerpo de
natillas y canela y pasé hora y media tumbado en la mesa de la
sala, hasta que me lamió entero con la lengua; hicimos el amor como
nunca antes lo habíamos hecho, a través del cristal de la galería,
sin rozarnos ni tocarnos ni escucharnos, sólo mirándonos a los ojos
a cuatro milímetros escasos.
Tengo
la hipótesis de que estamos condenados a fracasar en todo lo que
emprendamos si no lo hacemos con el corazón en la mano. Tengo
marcado su último mordisco aún en mi cadera, como ella tendrá
marcadas mis uñas en su cuello. Barriga Fofa mastica un par de
antiácidos y aprovecha el metraje sobrante de ayer para arreglar un
gatillazo en el rodaje de hoy. Reciclaje de orgasmos. Abro el IRC y
me conecto con el nick de Barriga Peluda, Nefilibata, y en seguida se
conecta ella con el suyo, MaeveEstefanía. Pero no hablamos. Lucho
contra la imbecilidad que me ha arrastrado a un infierno en el que
todo lo importante se ha desvanecido, y la ausencia de su cuerpo no
tiene tanta importancia como el no poder recordar el sonido de su voz
pronunciando mi nombre, o contándome una anécdota divertida; las
arrugas de sus ojos al reírse se han borrado, y sólo veo su cuerpo
desnudo y escucho sus gemidos. Cortamos y pegamos pedazos de cópulas
humanas como si editáramos un reportaje sobre la subida del precio
del petróleo. El colorete de las actrices porno siempre es demasiado
exagerado. Las posturas siempre siguen la misma partitura porque el
consumidor no quiere tener que imaginar nada. Y yo, ya no sé lo que
siento. El vacío se planta ante mi y me recuerda que no estamos
hechos para tenerlo todo, por más que duela. Rihanna sigue
suficientemente tapada en su póster, chica lista, que sabe que, sólo
en la imaginación, follar con ella vale su peso en oro y que traer
al mundo real todo lo que quieres, a veces, cuesta una vida.