jueves, 13 de diciembre de 2012

Triunfo de Artemis sobre Volupta. Ana Rossetti

Fotografía de Lucía Bailón












                                                                               "Ah!, sí..."

                                                                        Marie Dorval

Edad inimitable, a tu espejo interrogo
en cuál de mis innumerables
alacenas está la máscara de diosa
que de oscuro los mármoles cubría.
Vuestro fervor, tan obsesivo éxtasis,
la hizo hermosa y distante y proclamó única.
Sin embargo, tantas veces os maltrató!
Su lengua tan cruel como un látigo era.
Tras de los balcones atisbaba ansiosa
y a los suplicantes ojos se negaba
si de vuestros deseos tenía certidumbre.
No os consintió ni una sola hebra de su túnica,
ni tan siquiera que hurgarais entre sus collares.
Ni pudisteis, a través de una cerradura,
mirar cómo parsimoniosa se desvestía
haciendo crecer su desnudo desde la bañera.
Vaho de enredadera gris. La mano recurriendo
a la esponja. Y la fragante espuma, reptando
por su cuerpo, en él se introduce
instalando su invisible dominio.
No bebisteis tampoco en las sabrosas fuentes
que anegaban los turbios laberintos
que una maligna virginidad clausuró.
Ni las sombrías axilas, ni la frondosa concha
de la pelvis, ni la entrelazada cabellera
supieron del amable tacto de esos dedos
que conozco tan bien. Pero cuánto la amáis!
No la oisteis gritar cuando el estrépito
del placer os sobrevino y tumultuosamente
desbordó la hendida cúpula.
Mas el recuerdo de ella, precipitándose,
os asaltay en mí la buscáis. Qué terrible
e inimitable edad. Siempre a tu espejo interrogando.
Intento renacer, antigua identidad
que os fascinaba, aquel cuerpo tan desconocido,
si es que es posible tal metamorfosis.
Sabéis ya en qué precisos
lugares de mi piel Eros se asienta;
los secretos, derramados por la colcha,
por vuestras hábiles bocas sorprendidos.
Rendida, mis piernas fuertemente a vuestras piernas
enlazarán para que la total arremetida
a mi vientre penetre y arda en él.
Ahora soy costumbre,
invadida patria de rutinarias delicias.
Al poseerme perdisteis mi belleza anterior
y se os han desvanecido los deseos.
Mas si me ayudáis a buscar
en los armarios las túnicas olvidadas
y a rescatar la máscara propicia,
si me vuelvo arrogante, ¿os podré convencer?
Tan sagaz es la experiencia
y tan indestructible su mandato
que os sobrepasé largamente.
Incluso os instruiría. Y me lo reprocháis.
Edad inimitable,
donde los dioses habitaban y era
la admiración el tributo único
que a mis pies esparcíais.

No me pidáis que vuelva,
pues la inocencia es irrecuperable.
De "Los devaneos de Erato" 1980

sábado, 1 de diciembre de 2012

martes, 27 de noviembre de 2012

Marina en el bus. Ishay




El autobús llega puntual y Marina pasa su tarjeta de estudiante sobre el dispositivo magnético. La universidad no está lejos, pero sí lo suficiente como para tener que hacer ese rutinario viaje matinal.

Atraviesa el pasillo y llega al fondo del autobús, donde tres mujeres gruesas chismorrean haciendo caso omiso al hombre que hay a su lado y dos chicas jovencitas planean su próxima quedada.

Marina alza la mano para asir la barra superior y desenvuelve una piruleta, ayudándose con los dientes, con forma de corazón para entretener un poco el viaje. Es rojiza, pegajosa y dulce al tacto de la lengua.

Mientras la saborea su mirada se pierde en el paisaje a través de la ventana hasta que, al girar la cabeza, se fija en el hombre a su lado con la mirada atenta en su escote.

El top blanco y liviano que lleva ceñido dibuja su busto a la perfección. Preferiría disimularlo un poco más, pero esos días hace calor y el trayecto se torna asfixiante. El hombre alza la vista y sus miradas se cruzan solo para volver a desviarse en direcciones opuestas, al percatarse de haber sido descubierto en su intencionado descuido.

Ella se gira para ocultar la tentación a la vista del hombre y trata de continuar el viaje con normalidad. Pero un giro brusco le hace perder el equilibrio y tropieza de espaldas con él, quen la sujeta tomándola del vientre e imprimiendo sobre su piel jovial el tacto áspero de su mano. Marina le mira de reojo y él le dedica una sonrisa un tanto sardónica, mientras retira su mano deslizando las yemas de sus dedos sobre ella durante un largo segundo.

Marina se ve atrapada entre las mujeres y el desconocido, apretada contra su cuerpo y sin poder reaccionar. Se sobresalta al sentir una incipiente presión sobre su falda y un aliento viciado sobre su cuello desnudo. Unos dedos masculinos se rozan contra su cintura aprovechando cada vaivén del autobús, erizándole la dermis en la franja que queda descubierta entre la parte inferior del top y sus jeans, sintiendo cómo en algunas arremetidas el tacto llega hasta la frontera de su ombligo.

Su mente se empieza a ofuscar y un leve mareo se apodera de ella, haciendo que no consiga distinguir las palabras que alguien le susurra al oído. 

Un frenazo del autobús la saca de su ensimismamiento y reconoce su parada, apeándose velozmente del autobús para entrar en la cafetería donde ha quedado con sus compañeras de la universidad.

Entra directamente en el baño y se refresca un poco la cara. Aún con los nervios a flor de piel, trata de respirar con calma y echa el cierre del baño para tranquilizarse.

Al día siguiente, Marina se sube al autobús para acudir a la universidad.

El conductor la ve pasar de reojo, luciendo un bonito vestido azul de primavera, con escote y una faldita que le deja las piernas al descubierto un palmo por encima de las rodillas. Podría haber escogido uno más largo, pero es verano y hace calor.

Espera a que haya terminado de cruzar la zona con asientos libres y se acomode en el fondo del autobús, donde tres mujeres están hablando entre ellas y hay dos chicos con aspecto de deportistas.

La ve colocarse justo entre ellos y cómo saca una piruleta roja con forma de corazón.

El conductor se ríe y arranca el autobús.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Tengo en la retina tatuada tu imagen. Lourdes Lasheras





Tengo en la retina tatuada tu imagen, pero tu rostro se desdibuja con el tiempo.
El contorno de tus labios se ha convertido, cuando intento recordarte en un borrón de sangre desvaído.
El ámbar de tus ojos, ahora, solo es el fondo de un pozo que refleja soledad.
Tus hombros, tu cuello y tu pecho, que albergaron mi reposo y mi inquietud, son una informe masa de carne desolada.
Tu nombre aún cuelga en mi paladar, lo rozo con la lengua y rebota entre mis dientes. Me esfuerzo en pronunciarlo o escupirlo y sacarlo de mí, pero es en vano. Tampoco mis lagrimas y mi orgullo son suficientes para tragarlo y permanece en mi boca como una melodía inconclusa.
Los años acentúan cada pliegue de esta piel ajada y en cada uno se conserva, al menos, uno de tus besos. Y en cada poro de cada centímetro de mi piel todavía escuece la sal del sudor que compartimos.
Tu olor, que permanece bordado en el filo de mi almohada, inunda mis sueños, escarcha mi aliento y hiela mis huesos.
Y la añoranza, como un eterno sudario, cubre las curvas de mi cuerpo donde pernoctaron tus caricias.




sábado, 17 de noviembre de 2012

Clases de cine. Mara Blackflower








Cruzo las piernas. Aprieto los muslos. Una rodilla bloquea la circulación de la otra.
Me inclino hacia delante en el asiento. Espalda recta, pechos turgentes. Entreabro los labios. Sé que la sangre se me acumula en la entrepierna. Siento cómo las mejillas toman color. Me brillan los ojos. La música disminuye y la pantalla se torna lentamente negra.
Sé que no soy la única que se ha quedado a medias.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Muñeca de Carne. Israel Esteban



Te tengo que tocar para saber que estás viva.
Sé que vives porque andas, gesticulas, comes, bebes y respiras; eso es lo que te salva.
A veces olvido que estás ahí. Cuando conduzco miro a mi derecha y al verte me asusto; me gusta cuando callas pero es que eso es casi siempre.
Cuando apoyas la frente en la ventanilla, los cristales se quedan empañados por efecto de la respiración. Si un día te vas para siempre, quisiera saber en qué momento, por eso te miro.
Te cojo de la mano cuando vamos paseando por la calle, no te siento. Eres como un manojo de carne y huesos que arrastro a cada paso, como cuando un carnicero lleva al hombro esa pieza ensangrentada y basculante.
Te abrazo y cojo tus extremidades para que rodees mi cuello. Te beso y con mi lengua intento encontrar la tuya; apenas la rozo cuando tus dientes caen por su propio peso, impidiéndome el paso.
Me conformo con apoyarme en tus confortables labios. Me conformo en deleitarme con el constante efluvio de feromonas que emergen de tu cuerpo. Es tu olor y tu rostro lo que me retienen.
Lleno la bañera de espuma, te meto en ella y enjabono todo tu cuerpo. Me encanta acariciar tu sexo.
Te llevo hasta la cama y hundo mi lengua entre tus piernas. Me gusta cuando gimes, cuando gritas estás viva, cuando te penetro dices que me quieres y que eres mía.

Cuando llega el inevitable clímax y el germen ha quedado dentro de tu  vientre estéril, me mandas separarme.


http://www.terapeutadesupermercado.com/

lunes, 12 de noviembre de 2012

Los Besos. José Pablo Barragán Nieto

el miscere duas iuncta per ora animas
Johannes Secundus



Fíjate qué curioso. Podríamos
tratar de calibrar el éxtasis que alcanzan
nuestras conciencias cuando están unidas,
ensayar otro género de amor
basado en abstracciones de la mente,
o indagar en el fondo del mar de la materia
buscando la sustancia primordial
que lo subyace. Y, mira, sin embargo,
aquí estamos, besándonos,
repitiendo estos gestos tan viejos como el mundo.
Pero, oye, con el firme propósito, eso sí,
de elevar al cuadrado los besos de Catulo
y hacer pasar por soso el Kamasutra de Oriente.
Aunque ya no vayamos a escandalizar a nadie,
y a fuerza de besos aburramos a los críticos.



de Lugares Comunes. (Universidad de Sevilla, 2008)

INGUZ MENTTI


Comerte
como una perra
(...)

Lo que no sé 
saborearte
como una 
humana




miércoles, 7 de noviembre de 2012

Sin Título. Emilio M. Martínez Eguren





Dicen que la nostalgia es el dolor por lo que ha pasado, y no obstante siento ahora nostalgia de ti, y, a la vez, excitación por ti, al recordarte. Y revivo la última noche que pasamos juntos, ¿te acuerdas, cariño? Habíamos alquilado una porno, de esas masoquistas que tanto nos gustaban, y que luego solíamos llevar a la práctica, y vimos unas escenas, y estábamos tan excitados, y después de meternos nuestras lenguas, paramos un poco, para prolongar, o mejor, retardar la delicia, y entonces te leí algo del Marqués de Sade, de “Justine”, y te comenté que era curioso, que se le llamó el “Divino Marqués”, mientras se le consideraba, al mismo tiempo y quizá por las mismas personas, una cumbre de la perversidad, más allá de lo humano. Y aún parece que oigo, en aquella noche casi silenciosa, en esta noche triste pero que se va elevando, tu argumentación, siempre inteligente, siempre con tu voz de humedad acariciadora, un poco ronca, que tan dura me la ponía y me la pone, la forma en que, con un poco de saliva en mi oído, me dijiste: “…cariño, acaso sea por el placer de la ironía, o quizá la perversidad es un atributo de Dios, lo divino tiene algo de pérfido. Puede que la existencia misma sea una depravación, y, en todo caso, qué o quién fija o ha fijado el concepto de lo perverso, que tal vez no sea sino una exploración sin límites de lo estrictamente humano, y que esta exploración lleve al placer y al dolor inimaginables, a la unión última con el otro y a la conciencia inmensa de la propia soledad, nos convierta en algo así como dioses solipsistas, impotentes, masturbatorios, y se haya condenado lo perverso por ser lo más definitivamente humano, el conocimiento total, la mística insoportable de la pura materia, revelada como la sola realidad...”
    
     Y recuerdo que lanzaste una de tus risas apagadas, guturales, con la boca casi cerrada, risa como blasfemia sensual que no se atreviese a salir de tu cuerpo, húmedo por la excitación y por el bochorno de la noche veraniega. Y mi erección exigía ya sus prerrogativas, y volví a saborear el piercing de tu lengua, y mis manos se desplazaron por encima y debajo de tu minifalda vaquera, que tan bien dibujaba el nacimiento de los muslos y ese culo dorado y suavísimo que en tantas ocasiones había penetrado.
   
     Y nos desnudamos, te desnudo, y pellizcaba tus pezones, te los mordía, y chupabas, chupas, mis huevos, y con tus incisivos blancos, brillantes, arañabas mi prepucio, mi glande, hasta el umbral del dolor, y todo se precipitó, lo sabes cariño, nada ni nadie lo pudo evitar o detener, y fueron mis dientes horadando, mis dientes rompiendo la piel de tu pecho, de tu abdomen, y la sangre que surgía, tus tetas (habría que inventar un nuevo adjetivo: tan firmes y tiernas a un tiempo, blandas y duras, delicadísimas, resistentes) regadas por la sangre, fuente o flor roja de tu vida, y me miraste con asombro, agradecimiento y un poco de odio, y gritabas de dolor y de furia, lo deseabas tanto como yo, los dos lo sabíamos, lo supiste y lo sabes, y yo lo sé ahora mientras me masturbo lentamente al recordarlo, y veo el semen que lancé sobre tus heridas, sobre tu aún latiente carne interior que yo había lacerado partiéndola a dentelladas, y fue lo vivo que iba a morir sobre ti muerta, y mis manos abriéndose camino en tu cuello, en las yugulares que palpitaban, al principio con fuerza, hasta el final inconcebible, no buscado pero querido, encontrado, hasta que se paró tu ritmo, la música de tus entrañas, y exhalaste un débil y último gemido de placer y muerte.

     Nadie lo ha comprendido cariño, no pueden comprender el amor tan fuerte que destruye lo que ama, aniquilación suprema, el amor que me ofreciste al sacrificar tu cuerpo, nuestro amor que aún subsiste en esta cárcel, esta celda oscura, mi morada final, castillo interior y exterior que envolverá el resto de mi existencia, siempre con nuestros recuerdos en esta noche perpetua de mi alma y de mi cuerpo, contigo, cariño.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Sín Título. Inguz Mentti



Voy a desgarrarte
cada rincón inocente...
si es que has dejado alguno para mí...
Si no...
lo inventaré...

viernes, 2 de noviembre de 2012

La Venganza de la Dilatadísima Novia Samaria. María Paz Ruiz





Te veo, después de tanto tiempo, y pienso en tu vagina.
Imagino los pelos de tu pubis que se entretienen en seguir creciendo desafiantes, cubriendo ese hueco fantástico que tienes entre las piernas y que nunca has calculado lo mucho que puede estirarse. La cantidad inimaginable de objetos con los que lo conquisté. Primero vinieron los plátanos, que juntos pelábamos cuando habías llegado al orgasmo y que nos comíamos entre los dos. Luego vino el termo del agua para el té. Termo que podía entrar con un poco de vaselina y con el que alguna vez hicimos una infusión de tu sexo. Pues pudiste abrirle la tapa, y, por suerte el agua ya estaba tibia. Después probé con mi puño, mis dos puños, y ya de premio pude introducir el mortero con el que trituraba los ajos. Luego caí en cuenta de que llevaba una cabeza de ajos dentro, perdóname.
Con cierta dificultad, pero con tu esfuerzo, conseguimos rellenar tu vagina con la jarra de leche de tu abuela, y todavía no sé cómo hiciste para que entraran tres litros de leche dentro de ti; pero lo cierto es que empezaste a coger olor a yogur de cereales por dentro y alguna vez expulsaste una cuajada en el instante de tu petite mort.
La prueba de oro fue la bandeja del restaurante de mi padre. A las nueve de la mañana empezamos con el asa, seguimos dilatándote hasta la extenuación hasta que te cupo. Movías tus caderas pidiendo más y de pronto, sin explicación, tu caverna digirió por completo la bandeja.
Nunca me permitiste sacar lo que te metí. Por eso me dediqué a guardar ahí mis cartas a mi abogada, mis corbatas italianas, la silla con la que me gusta meditar, los porros que me fumo los domingos, y hasta los álbumes de fotos de los primos cartageneros. Si necesitaba algo, a los diez minutos aparecía en perfecto estado y tibio. Y tú, cada día te veías más hermosa de coleccionar mis objetos en tu vagina.
Hoy que te veo embarazada de otro me pregunto si sacaste a tiempo la pistola que te metí cuando me cambiaste por mi hermano.

SAMARIA: mujer que proviene de Santa Marta, Colombia

lunes, 29 de octubre de 2012

Un poema de Fernando Sarría




Te has ido después de la noche
y me has dejado solo en la triste habitación
con vistas a un patio interior oscuro y sucio.
Desnudo y respirando todavía de tu aroma,
en medio de la cama me he sentido un náufrago.
Aún están calientes,
casi húmedas, las sábanas de los dos,
y mi deseo ha quedado agazapado en tu nombre,
entre las sílabas y el sabor de tu boca.
Ahora parece que soy
un gato abandonado al amanecer,
aunque me queda una verdad,
la que con tu lápiz de labios
has dibujado en mi ropa interior…
medio corazón y un número de teléfono.

Valentina. Guido Crepax



Fuente: Los Mejores Cómics 


 Valentina. Tomo 1
Dibujo y guión: Guido Crepax
278 páginas b/n
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 Valentina. Tomo 2
Dibujo y guión: Guido Crepax
240 páginas b/n
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 Valentina. Tomo 3
Dibujo y guión: Guido Crepax
236 páginas b/n
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domingo, 28 de octubre de 2012

Koop Island Blues




hello my love
it's getting cold on this island
i'm sad alone
i'm so sad on my own
the truth is
that we were much too young
and now I'm looking for you
or anyone like you
we said goodbye
with a smile on our faces
now you're alone
you're so sad on your own
the truth is
that we run out of time
and now youre looking for me
or anyone like me

jueves, 25 de octubre de 2012

El sofá de los valientes (fragmento). Hipólito García Fernández "Bolo"




Besaba sus pezones,
Uno
a
uno,
luego sus labios,
otro
pezón, luego
otro pezón, luego sus labios,
trampolín, piscina,
jugando a la sinrazón,
igual que el vaquero desprecia el asfalto.
Aquella noche
sólo se mantuvieron los almendros
que nadaron
el ancho de nuestros
corazones imposibles.



de El sofá de los valientes (Amargord, 2009)

martes, 23 de octubre de 2012

Giros. Almudena Vidorreta Torres




Con sus manos como bañadas en arcilla
modelaba mi cuerpo desatado
que giraba sobre sí mismo
sin posibilidad alguna de encontrar su centro
y amarrarse a él como si fuera un torno.
Mi cuerpo húmedo,
remodelado todo,
con la esperanza absurda de ser expuesto
como una obra de arte entre sus manos
o tener al menos su firma en el lugar exacto de los días
en que hicimos a medias
lo que nos estaba vedado: en colaboración
ser yo la arquitecta de su muerte transitoria,
aprender el blanco de sus ojos mientras me rebasa
y mostrarle al mundo que soy el recipiente
más adecuado para sus sueños.
Y, después,
girar como si no hubiera
más animales con los que frotarse,
ni más sueño que volcar en mis entrañas
que su propio líquido elemento.



de Lengua de mapa. (Prensas Universitarias de Zaragoza, 2010)

lunes, 22 de octubre de 2012

Sin Título. Inguz Mentti



He aborrecido las noches taciturnas
en el universo de los cuerpos celestes

aquellos que flotan con el último gramo
de éxtasis que les queda en la libido



Reniego de ellos.
De sus prepucios impacientes
Y de sus anónimas babas



Ahora solo quiero las tuyas


quiero tus babas


que paseen con vicio
determinación
y lascivia
por este cuerpo

el que una vez se perdió

el que una vez fue celeste





martes, 16 de octubre de 2012

¿Se me pasará mañana? Chubi Pirri


me senté al lado suyo. el local estaba vacío y ella estaba sentada en la barra, en la parte más oscura del local, junto a unos divanes cerca de los reservados. nunca he estado en uno, me bastaba y me basta cualquier portal o cualquier pequeño tigre para la práctica de tan grandes y diversos placeres. Además yo acaba de entrar en el bar y fue fácil sentarme junto a ella, puesto que solo estábamos los dos, y por no parecer un marginao, me senté junto a ella. pronto tomó la iniciativa y entablamos conversación. solo estábamos conociéndonos y tengo que reconocer que a veces me comporto como un carca según tanteo o percibo el ambiente, por miedo a que la otra persona en cuestión se asuste a causa de mi total desvergüenza e indiferencia ante cualquier cosa impensable y en consecuencia censurable de inmediato en la mente y la psicología ordinaria de las masas. A veces mis pensamientos y mis poco sólidas teorías se derrumbaban de tal forma que era ella quien tomaba la iniciativa: se dejaba de camelos y directamente me echaba la mano a la entrepierna en medio del bar, mientras me daba a conocer sus labios y exploraba cada parte de nuestras lenguas con una sensualidad desbocada, intensa, y a su vez sin perder en ningún momento su clase, su estilo en cada uno de sus gestos, en su forma de moverse, de caminar. no era marylin, no era sofia loren. no le hacia falta, su sencillez suplía todo ese estúpido protocolo, de un feminismo predeterminado, prepensado, hortera, y que no corresponde en absoluto con la realidad. era una chica de la calle, una chica de verdad, a la que no le hacían falta disfraces para resaltar todo su sex appeal. sus dedos acariciando mi cuello... y yo el suyo y su chupa vaquera... eso era, eso era lo que hacía que pudiese permitirse el lujo de acariciarme la polla delante de todo el personal. porque realmente parecían mucho más guarras todas las que miraban de reojo y cuchicheaban criticándola por lo bajini... la única diferencia era una envidia causada por prejuicios inculcados consciente o incoscientemente pero innegables en unas pibas muertas e envidia a sabiendas de que ellas no podían hacerlo puesto que no disponían del feeling necesario y suficiente para poder montárselo como ella se lo montaba, sin quedar como una pobre chica borracha y/o facilona. pero ella tenía la sartén por el mango, y a mí me gustaba estar dentro de la sartén, qué coño. esa fuerza física, esa vitalidad, esa mentalidad, sus ganas de yo que se qué y ella qué sabe, sus ganas de hacer, construir, vivir, aprovechar cada momento, exprimir el tiempo... una despreocupación total y absoluta hacia la muerte, más cerca del optimismo que de los emos, que llamaba la atención y le afianzaba aún más si cabe en esas zapatillas pegadas al suelo y en ese aura tan especial que desprendía, como un televisor de tubo o algo así. sin precedentes en mi vida, una belleza sencilla que no ruda, vaqueros, zapatillas, sin maquillaje, ni falta que le hacía... ojos en los que se veía qué habían visto, mirada que mostraba levemente sus adjetivos más palpables a primera vista. la lucha, su fuerte personalidad y seguridad en sí misma, autodidacta en su ser, en lo que es, en lo que ha querido convertirse, y a la vez encajando los golpes de lo que no le gusta, llevándose lo bueno por donde pasa, absorbiendo conocimientos que cree que debe adquirir para alcanzar sus metas, aunque a veces no esté tan segura de que sirva para tanto... pero sigue adelante con su fatiga y su dos ovarios, y cada vez más cerca de ellas... cero por ciento palique, bastantes palabras y sonrisas, precisas, interesantes aunque abundantes, sin caer en la pesadez, quizá la culpa es mía debido a mi aislamiento y mi falta de conversación y risas. no todo el mundo es un hijo de puta. simpática, risa real, no forzada, sincera, trasparente. ¿por qué? hay muchísimas chicas y algunas más provocativas que ella, pero ninguna tan atractiva, ninguna tan "auténtica", tan ella, indomable, ¿qué coño tiene? ese buen rollo que notas cuando un alma te acoge recién conocidos, ¿dónde queda mi prioridad con lo físico? ¿por qué siendo tan guapa, que no despampanante, me mola cómo es ella prioritariamente sin olvidar que está como un quesito? preciosa para mí y, seguro, y para mi desgracia, para muchos más. solo su forma de agarrar la copa y de sentase en la barra supera cualquier estereotipo de lo que la sociedad hoy considera belleza. no lleva mil mierdas en la cara, le gusta como es. ¿qué me pasa? ¿se me pasará mañana? ¿por qué por mi coco pasan gilipolleces que más que románticas son una horterada y un chiste? ¿por qué desbocarme por una conversación de bar normal y corriente? ¿por qué esta locura? ¿y si no vuelvo a verla? joder... ¿por qué soy tan cobarde? ¿por qué me parecen locuras e incongruencias lo que antes consideraba que era la guinda del pastel de la existencia? ¿por miedo al no? ¿a sentir un fracaso inexistente y una frustración infundada? siempre que no caiga en la pedantería, y vea la simpleza, por qué negarlo, complicarlo, y hacerlo más difícil, que intentar apartar la mirada de tus piernas.

domingo, 14 de octubre de 2012

A la brasileña. Pepe Pereza


© Aaron Siskind



Estábamos desnudos. Acabábamos de follar y cada uno ocupaba su lado de la cama fumando en silencio. En un momento dado, Ana se acarició el vello púbico con la yema de los dedos.

- ¿Crees que debería de afeitármelo? 
- Facilitaría las cosas a la hora del cunnilingus.
- Entonces ¿me lo afeito? 
- Haz lo que quieras, es tu coño.
- Sola no sé si podré.

Cogí un par de maquinillas de afeitar de triple hoja, espuma en spray, un par de toallas y una palangana con agua caliente. Cargué con todo y regresé al dormitorio. Ana me estaba esperando en la cama, sentada sobre sus piernas. Se la veía nerviosa y excitada, deseosa de eliminar cuanto antes todo el vello púbico. Apliqué la espuma de afeitar en la zona.

- Esto me recuerda a una peli que dirigió el tipo ese… el que le gusta mezclar la gastronomía con el sexo.
- Bigas Luna – contesté.
- Sí, ése… 
- Vale, ahora no te muevas que voy a empezar.

Me dispuse para el afeitado. Pasé la maquinilla por el monte de Venus, repetí el movimiento un par de veces más y luego enjuagué la maquinilla en la palangana.

- ¿Sabes a qué película me refiero? 
- Las edades de Lulú.
- Esa… Ya sabes, la escena donde él le afeita el coño a la prota. Recuerdo que cuando la vi en el cine mojé las bragas de lo cachonda que estaba.

Le pedí que no se moviera tanto y que abriese más las piernas. Ana obedeció. Entonces me acordé de que hacía un año coincidí con Bigas Luna y le saqué una foto.

- ¿Te acuerdas de esa exposición colectiva que organizó el Ayuntamiento el año pasado, esa en la que reunieron a varios artistas para que expusieran su obra en las calles de la ciudad? No sé si sabrás que uno de los artistas invitados era Bigas Luna.
- No tenía ni idea  – reconoció ella.
- Él se encargó de diseñar una especie de huerto ecológico en medio de La Plaza del Parlamento. Coincidí con él y le hice una foto.
- ¿Le hiciste una foto a Bigas Luna?
- Sí, lo recuerdo porque un minuto después ocurrió algo horrible. 

Ana me miró con los ojos muy abiertos esperando a que yo continuara hablando.

- Una niña de cinco años se cayó del balcón de un cuarto piso.
- ¡Qué horror! ¿Y murió?
- Fue una caída tremenda. Creo que su muerte fue instantánea.
- ¿Bigas Luna también lo vio?
- No lo sé. Yo solo tenía ojos para aquel pequeño cuerpo que estaba tirado sobre el empedrado de la plaza. Estaba a menos de tres metros y tenía la cámara en el bolsillo. Sabía que podía hacer unas fotos únicas, más cuando la madre bajó a la calle y se arrodilló junto al cadáver de su hija. La pobre gritaba y lloraba como una desquiciada.
- ¿Sacaste las fotos?
- No me atreví. 
- Debió ser una experiencia horrible.
- Lo fue. 
- Supongo que yo tampoco hubiese tenido el valor para sacar fotos.
- No, no era el momento.

Casi había acabado con la zona del monte de Venus, me quedaban los labios vaginales y la zona del ano. Decidí cambiar de maquinilla, para las zonas difíciles era mejor utilizar cuchillas nuevas.

- Bien, ahora quiero que no te muevas.
- ¿Y qué más pasó?
- No lo sé. Me fui de allí antes de que llegase la ambulancia.
- ¿Te fuiste?
- Lo que había allí no era agradable de ver.

Me acomodé para hacer una pasada con la maquinilla, entonces ella se movió y a mí se me fue la mano. 

- ¡Joder, tío! Me has cortado.  

La espuma de afeitar se fue tiñendo de rojo. Cogí una de las toallas y limpié la zona para poder ver con claridad el alcance de los daños. El corte apenas medía un par de centímetros pero el riego de sangre era escandaloso. Vi que Ana palidecía. 

- Me estoy mareando.
- Tranquila, no es nada. 

Traté de quitarle importancia al asunto, aunque realmente estaba acojonado. Intenté parar la hemorragia presionando la zona afectada con la toalla.

- Relájate… solo es un pequeño corte. 

Yo sabía que Ana sentía aprensión por la sangre y bastaba la visión de una sola gota para que se desmayase. De pronto perdió el sentido y se desplomó sobre el colchón. 

- Por favor, cariño… 

Le di unos suaves cachetes para que volviese en sí, pero no reaccionó. Estaba fría y blanca como un cadáver. Yo estaba tan asustado que no sabía qué hacer. A falta de ideas seguí presionando la toalla contra la herida. Noté los bomberos acelerados de mi corazón y por un momento creí que también yo iba a perder el conocimiento. Finalmente logré sobreponerme. Pensé que lo mejor era llamar a una ambulancia y así lo hice. De la centralita me dijeron que la ayuda llegaría en breves minutos. Volví al dormitorio. Ella seguía desmayada sobre la cama con la toalla manchada de sangre cubriéndole las vergüenzas. Parecía la escena de un crimen sexual. Entonces me di cuenta de que tendría que dar unas cuantas explicaciones cuando llegase el personal médico. Intenté pensar en cómo les contaría lo sucedido. Además no tenía claro si apartar la palangana y el resto de útiles o dejarlo todo tal cual estaba. Al final resolví no tocar nada, eran pruebas que apoyarían mi testimonio. Ese pensamiento me dio seguridad. Me encendí un cigarro con la intención de calmarme. Como estaba desnudo opté por vestirme. Volví a acercarme a ella y comprobé su respiración. Lo que me preocupaba era el flujo continuo de sangre que salía del pequeño corte. Tal vez le había seccionado una arteria, aunque albergaba serias dudas de que una arteria pasase justamente por ahí. Consulté la hora, los de la ambulancia estarían al llegar. Salí del dormitorio y fui al salón. Rebusqué entre los álbumes de fotos, elegí uno y busqué una fotografía en concreto. Era la foto que le había hecho a Bigas Luna antes de que la niña se precipitase al vacío. Me quedé mirando la cara del famoso director pero lo que realmente vi fue el cadáver de la niña y a su madre gritando su dolor a los cuatro vientos. Aquella foto de Bigas Luna siempre sería la que no me atreví a hacer con mi cámara. Recordé el espantoso ruido que produjo el cuerpo de la chiquilla cuando impactó contra el suelo. La vi tirada en la plaza y a su madre saliendo del portal para encontrarse cara a cara con la desgracia. El estómago se me encogió. Siempre que pensaba en la niña me colocaba en esa fina línea que separa el llanto de la contención. Estuve así hasta que llamaron al timbre. Entonces cerré el álbum, lo dejé en la estantería y fui a abrir a los de la ambulancia.



martes, 9 de octubre de 2012

Adictum est. Lucas Rodríguez Luis

© Alain Resnais Hiroshima mon amour


Una vez consumado el proceso
una vez probado tu cuerpo,
yo soy un dependiente más
arrastrando mi adicción,
me deslizo con torpeza
entre las hojas de los libros,
platos de comida, vasos,
travesías plagadas de personas,
mi dolor -entrañas que gritan-
mi desequilibrio me destina al suelo,
cómicamente me descalabro en silencio
y me hablan aunque apenas pueda escucharles.
-que quiero desintoxicarme -me dicen,
-mañana lo dejo -les digo,
después del último polvo
lo juro.


De Samsara (deambulación). (4 de agosto, 2005)

lunes, 8 de octubre de 2012

Encontrándote. Iñaki Echarte Villarte



Cuando te miro, no te veo.
Cuando te miro, veo a James Dean.
Cuando me miras, me miras [sin más].
Cuando me miras, me siento Sal Mineo.
En mi corazón.

En mi corazón anida una absurda esperanza.
Construida con el idilio, siempre perfecto, de mis progenitores,
con las historias siempre perfectas, escritas, filmadas, transformadas,
con la intoxicada y estúpida idea [mía] del amor perfecto.

Tus dedos han subido por mi espalda.
Tus palabras han escalado hasta mis oídos,
han penetrado a través de mi organismo
y mis deseos, mis esperanzas las han transformado,
te han transformado,
en un dios de celuloide.

Tus labios forman palabras que no escucho,
palabras que transformo en lo que quiero oír
[en lo que ya oí en falsas bocas].
Tus gestos son retazos que encadeno
con aquello que jamás harás,
con aquello que jamás soñé
[con lo falso escribo mi propio guión].

Hoy eres James Dean
en la pantalla de mis ojos
Mañana serás Warren Beaty,
o quizás Montgomery Clift.

Hoy eres tan maravilloso que mi felicidad
se alimenta de tu reflejo en un cosmopolitan.
Mañana puedes ser tan decepcionante
[una historia sin happy end]
que mi desdicha
puede ahogarse en el reflejo de tu reflejo de otro cosmpolitan.
[hasta que sea interminable]



de Soy tan blanco que cuando palidezco desaparezco. (Ed. Vitruvio, 2011)

viernes, 5 de octubre de 2012

Clítoris. Malicia Cool



      Tengo una moneda de plata
      en algún pliegue de la ingle,
      no pesa, no duele,
      me recuerda a mí
      brillando a la visita de los suegros
      deslumbrando a la bruja Baba Yagá
      retando a la más mona y arreglada
      disgustando a tu papá y a tu mamá.

No se te puede encontrar
      no estás a la venta
      ni en alquiler
      te he hecho yo con mis manos
      y te forjé, de algún modo, lunar.

Y ahora juegas invisible
    como fondo de un armario
    de los de empotrar.
    Te han puesto remaches finos
    de vino,
    polvo
    y azahar.
   No pesas, no dueles,
   tú, ancla diminuta
   rara,
   preciosa,
   feraz.



de Sois todos tontos. LápizCero Ed. 2011.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Esa noche... Diego Vasallo

San Sebastián, abril


Esa noche
tu belleza me hizo
daño.
Resplandecías
muy hermosa
a la luz
de la luna.
Parecía por momentos
que volvíamos
a estar juntos.
Recuerdo que luego lloraste,
después de beber
y hacer el amor.

Y el sonido del motor
de los aviones
se escuchaba ya
a lo lejos,
en el aeropuerto.

De Canciones que no fueron. Huacanamo, 2011.

lunes, 1 de octubre de 2012

Señales de vida. Sergi Bellver


Ilustración: Alejandra Acosta




Trabajan en el instituto anatómico, rastrean respuestas entre la carne fría de los muertos y, desde hace un tiempo, evitan las preguntas de los demás forenses. La primera vez sobrevino tras examinar a una joven ―envenenada, bellísima―, al quedarse a solas en la sala de autopsias. En el beso se buscaron pronto la lengua con los dientes y al instante se reconocieron lobos del mismo clan. Desde entonces, cada vez que terminan en una cama, un baño público o el asiento de un coche, se montan como perros, sin ladrar. Muerden. Se dicen así el deseo, entre colmillos y sin cuidado, igual que los niños se llevan el mundo a la boca para aprenderlo. A la vez jauría y presa, se tientan a mordiscos para saberse vivos. Durante el día estudian el idioma de la muerte en la carroña de cada drama anónimo, pero de noche son aves atrapadas en una red, dos pieles hambrientas de placer y daño. En ocasiones, como depredadores que, con delicadeza, llevaran a su cachorro en la boca, juegan con el sexo del otro y con los dientes lo sujetan o lo abarcan hasta que la lengua obtiene respuesta y tiembla el cuerpo. Casi siempre, sin embargo, les domina la fiebre hasta buscarse a dentelladas la carne caliente de nalgas, espalda o nuca, donde dejan la marca del clan. Al día siguiente ―magullados, luminosos―, para evitar las preguntas de los demás, enmascaran con algún pañuelo al cuello esos rastros de vida entre cadáveres.


Tanto el texto como la ilustración están incluidos en el libro Pervertidos. Catálogo de parafilias ilustradas (Traspiés, 2012)

Discurso de Eva. Carilda Oliver Labra

Mario Giacomelli



Hoy te saludo brutalmente:
con un golpe de tos
o una patada.
¿Dónde te metes,
a dónde huyes con tu caja loca
de corazones,
con el reguero de pólvora que tienes?
¿Dónde vives:
en la fosa en que caen todos los sueños
o en esa telaraña donde cuelgan
los huérfanos de padre?

Te extraño,
¿sabes?,
como a mí misma
o a los milagros que no pasan.
Te extraño,
¿sabes?
Quisiera persuadirte no sé de qué alegría,
de qué cosa imprudente.

¿Cuándo vas a venir?
Tengo una prisa por jugar a nada,
por decirte: "mi vida"
y que los truenos nos humillen
y las naranjas palidezcan en tu mano.
Tengo unas ganas de mirarte al fondo
y hallar velos
y humo,
que, al fin, perece en llama.

De verdad que te quiero,
pero inocentemente,
como a la bruja clara donde pienso.
De verdad que no te quiero,
pero inocentemente,
como el ángel embaucado que soy.
Te quiero,
no te quiero.
Sortearemos estas palabras
y una que triunfe será la mentirosa.

Amor...
(¿Qué digo?, estoy equivocada,
aquí quise poner que ya te odio).
¿Por qué no vienes?
¿Cómo es posible
que me dejes pasar sin compromiso
con el fuego?
¿Cómo es posible que seas austral
y paranoico
y renuncies a mí?

Estarás leyendo los periódicos
o cruzando
por la muerte
y la vida.
Estarás con tus problemas de acústica y de ingle,
inerte,
desgraciado,
entreteniéndote en una aspiración del luto.
Y yo que te deshielo,
que te insulto,
que te traigo un jacinto desplomado;
yo que te apruebo la melancolía;
yo que te convoco
a las sales del cielo,
yo que te zurzo:
¿qué?
¿Cuándo vas a matarme a salivazos,
héroe?
¿Cuándo vas a molerme otra vez bajo la lluvia?
¿Cuándo?
¿Cuándo vas a llamarme pajarito
y puta?
¿Cuándo vas a maldecirme?
¿Cuándo?
Mira que pasa el tiempo,
el tiempo,
el tiempo,
y ya no se me aparecen ni los duendes,
y ya no entiendo los paraguas,
y cada vez soy más sincera,
augusta...
Si te demoras,
si se te hace un nudo y no me encuentras,
vas a quedarte ciego;
si no vuelves ahora: infame, imbécil, torpe, idiota,
voy a llamarme nunca.

Sé que me guardas un regalo de tigre,
pero es un gran oficio presentarte los astros.

Ayer soñé que mientras nos besábamos
había sonado un tiro
y que ninguno de los dos soltamos la esperanza.
Éste es un amor
de nadie;
lo encontramos perdido,
náufrago,
en la calle.
Entre tú y yo lo recogimos para ampararlo.
Por eso, cuando nos mordemos,
de noche,
tengo como un miedo de madre a quien dejaste sola.

Pero no importa,
bésame,
otra vez y otra vez
para encontrarme.
Ajústate a mi cintura,
vuelve;
sé mi animal,
muéveme.
Destilaré la vida que me sobra,
los niños condenados.
Dormiremos como homicidas que se salvan
atados por una flor incomparable.
Y a la mañana siguiente cuando cante el gallo
seremos la naturaleza
y me pareceré a tus hijos en la cama.

Vuelve, vuelve.
Atraviésame a rayos.

Hazme otra vez una llave turca.
Pondremos el tocadiscos para siempre.
Ven con tu nuca de infiel,
con tu pedrada.
Júrame que no estoy muerta.
Te prometo, amor mío, la manzana.

De Desaparece el polvo.

vienen ávidos los peces de la madrugada. Al Berto

© Ed van der Elsken


vienen ávidos los peces de la madrugada
a beber el veneno marino de las grandes travesías
traen en las escamas la primavera sombría del mar
desprenden minúsculos cristales de arena junto a la boca
y parten cuando despierto en el tejido húmedo de los sueños

ven a recostarte conmigo en el heno de los romances
para que la mañana no libere los celos
y de nuevo nos obligue a huir
ven a tumbarte donde los dedos son aves sobre el pecho
olvida los malos momentos la falta de noticias la pereza
levántate y regresa
para que miremos la escarcha de los astros deslizándose por los cristales
y a los pájaros picoteando el otoño en el zumo de las moras

iremos por los campos
en busca del silente fuego de las casiopeas



Extraído de El miedo (Poemas escogidos, 1976-1997). Pre-Textos 2007.

Anoche. Carilda Oliver Labra

Diane Arbus



Anoche me acosté con un hombre y su sombra.
Las constelaciones nada saben del caso.
Sus besos eran balas que yo enseñé a volar.
Hubo un paro cardíaco.

El joven nadaba como las olas.
Era tétrico,
suave.
Vivimos ese rato de selva,
esa salud colérica
con que nos mata el hambre de otro cuerpo.

Anoche tuve un náufrago en la cama.
Me profanó el maldito.
Envuelto en dios y en sábana
nunca pidió permiso.
(Todavía su rayo láser me traspasa.)
Hablábamos del cosmos y de iconografía,
pero todo vino abajo
cuando me dio el santo y seña.

Hoy encontré esa mancha en el lecho,
tan honda
que me puse a pensar gravemente:
la vida cabe en una gota.

De Calzada de Tirry 81

martes, 25 de septiembre de 2012

Un poema de amor y veinte versos de mierda. Iván Rafael

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.»
(Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Pablo Neruda)

Michael Winterbottom. 9 Songs


No puedo escribir un poema de amor esta noche
y recitarlo luego como un balance de cuentas.
Las cifras tiritan en los paneles de la Bolsa
alumbrando una noche con las estrellas en venta.
Los pretendientes pujan debajo de los balcones
cantando serenatas en la jerga financiera.
No puedo escribir un poema de amor esta noche.
No puedo escribir que me siento como una cartera
donde tu eres un valor repartiendo dividendos
con un saldo positivo entre ganancias y pérdidas.
Que tus manos dan rentabilidad a mi producto
aumentando el rendimiento del flujo por mis venas.
Que tus labios son una oportunidad de negocio
si amplias tu demanda para colocar mi oferta.
No puedo escribir un poema de amor esta noche
aunque abras tu sesión y repunte mi tendencia.
Aunque nos fusionemos y coticemos al alza
y mi capital de beneficios entre tus piernas.
No quiero escribir un poema de amor esta noche
sino veinte versos de mierda.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Un fragmento de Los Cuadernos del Hafa, de Pablo Cerezal.


Tampoco tenía mucha importancia el nombre tanger restaurant impreso en la carta, ni la equívoca descripción de los platos en un francés de andar por casa descalzo y sin cervezas en la nevera, ya que, al fin y al cabo, yo prefería seguir pensando si nos encontrábamos a las puertas del Atlántico, para no reparar en el sudor que dibujaba senderos en mi frente o el incipiente sucedáneo de epilepsia abrazando mis muslos mientras ella me sonreía y pretendía explicarme los ingredientes y sabores de las especialidades de la casa, buscando mi rodilla bajo la mesa, encontrándola y considerándola un estorbo en su camino hacia lugares más remotos de mi geografía. Y yo repitiendo mentalmente atlánticoatlánticoatlántico como un mantra subnormal, dando vueltas mentales a un mandala estructurado, en mi mente, de agua y peces, oleajes y playas, todo lo necesario, lo que sea, con tal de no desmayarme y golpear con mi frente el pegajoso hule que protegía la madera de la mesa con un ejército de florecillas de colores de incierta procedencia. Así que atlánticoatlánticoatlántico y sí, por supuesto, me parece bien, tajín de kefta, sí, y ella descerrajaba un disparo en mi líbido, encañonándome con sus labios certeros y mejorando su español cada vez que repetía comer con las manos, es bueno, luego tu poder chupar dedos míos, ¿sí?, vamos a comer con las manos, verás qué bueno, no pasa nada, luego te dejaré lamer mis dedos, y podrás seguir lamiendo toda parte de mi cuerpo que desees, ¿sí?, comeremos con los dedos como buenos marroquíes y después no los lavaremos, los dejaremos así para que tu lengua pueda lavarme y dejar impoluto mi cuerpo entero, ¿sí?, mejorando su español y olvidando el Atlántico porque ahora las aguas se habían abierto y, al frente, sólo quedaba ella, como un Moisés femenino, impío y libidinoso. Así que el español de ella, tan de juguete, repiqueteaba en mis oídos con la excelencia de un idioma perfecto, con frases que ella no pronunciaba pero que, de poder, de saber, sin duda, hubiera pronunciado. Mientras, yo anticipaba ya el momento en que, definitivamente controlados mis nervios, pudiera hundirme en el océano, mar o laguna (¡qué más da ya el tamaño de los flujos acuáticos!), de su vientre.


Más sobre Los Cuadernos del Hafa siguiendo este enlace.

martes, 18 de septiembre de 2012

Placeres. Daniel Fernández

© José Bénazéraf  L'éternité pour nous, le cri de la chair



1
Cae la tarde
y salgo a pasear
con mis cachorros.






2
Orinar en la tierra,
cagar en el camino,
hacerlo donde pille...






3
Dormir desnudo,
bañarse idem
y comer con las manos






4
Desde pequeño,
la piel se eriza
si me secas el pelo.






5
Desnudarnos.
Estar en tu regazo
y que estés en el mío






6
Ver estrellas fugaces,
salpicarte de besos,
leerte y que me leas.









7
Que me abriguen tus ojos,
comerte y que me comas,
contagiarnos la risa






8
Cobra sentido
descubrir lo que sea,
pero contigo.






9
Beber tu jugo,
despeinarte despacio
y despenarte.






10
Sudar contigo,
confundir nuestras tripas,
nuestros latidos.

Enunciado (fragmento). Sergio Gaspar

Extraído de Estancia (DVD, 2009)



No podré.
Pronunció las palabras en baja voz, apenas en un susurro, mientras observaba el suelo de cemento y aguardaba una respuesta, porque cualquier gesto le serviría ahora, una orden enérgica, una caricia que recorriese su espalda, un golpe de castigo en la nuca, un tirón suave o firme de la correa que reunía su cuello  con la mano derecha de la mujer que permanecía a su espalda en perfecto silencio, quieta, hasta rozar la desaparición.

Cerró con fuerza los ojos, persiguiendo recuperar la excitación perdida, salvar un resto de erección que justificase la imagen de su cuerpo a cuatro patas y desnudo, sosteniendo la larga y gruesa cola de felpa que colgaba del anal hundido entre sus nalgas.

Se vio entrando tras la mujer en el hipermercado dos horas antes. La vio vestida exactamente como él se lo había indicado, igual que la vería ahora si se atreviese a abrir los ojos, separarlos del suelo, y girar la cabeza hacia atrás, al punto del pasillo desde el que la mujer empuñaba la correa. Vio sus caderas y sus muslos marcándose bajo la falda gris ceñida. Vio la tela llegar a sus rodillas y transformarse en dos columnas de charol brillante y blanco, terminadas en tacones de aguja. Vio a la mujer dirigirse con su traje chaqueta a la sección de alimentos para mascotas. La vio proceder exactamente como él se lo había indicado: retirar de las estanterías varios paquetes y bolsas de comida de perros, sostenerlos entre sus manos el tiempo suficiente para que él pudiera gozar con la figura de la mujer mientras leía la lista de los ingredientes, mientras estudiaba los alimentos más nutritivos y sabrosos para su mascota.

El marido le había entregado el guión a su mujer cuatro días antes.

Guárdalo. No quiero que lo leas delante de mí. Quiero que lo hagas en el trabajo mañana. Que lo leas a solas.

El hombre la penetró aquella noche con violencia. La puso de rodillas en el borde de la cama, la cabeza entre las manos, y la golpeó con el pene hasta obligarla a gritar. Antes de cada penetración la llamaba perra. La llamó sucia perra de mierda, sólo eres mi sucia perra de mierda, mientras se vaciaba en su sexo. Después, todavía con el pene en su interior, le dijo que la quería. Ella lo oyó.

Mónica leía en el despacho con un dónut de chocolate en la mano.

Había atrasado el momento de sacar las páginas impresas del bolso para prolongar la excitación que le producía aquel gesto inesperado de su marido. Hacía tiempo que Javier la había acostumbrado a representar sus fantasías, más aún, que la había forzado a descubrir y aceptar que las fantasías de su marido se habían transformado en las suyas.

Javier le describía con precisión el escenario y los personajes, la ropa con la que debería vestirse. Le concedía un nombre y una edad. Se llamaría Montse, por ejemplo, y actuaría como la sumisa de un amo que iba  cederla por primera vez a un desconocido como prueba de obediencia y amor.
Había sido obligada a lamer de rodillas, con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda, los testículos del policía que la interrogaba, forzada a suplicarle a su interrogador que se corriese en su boca. Entró con quince años en el despacho del director del internado, un hombre que la doblaba en edad, un hombre vestido con un traje oscuro, que empuñaba una regla de plástico y que le ordenaba a la señorita quitarse las bragas ante él. Después la apoyaba contra su mesa, la obligaba a levantarse ella misma la falda y a mantenerla en alto el tiempo que durase el correctivo. Era virgen, y tuvo que elegir ante ese director entre perder su virginidad o que la penetrase por el culo.

Mónica se llevó a la boca el dónut de chocolate y lo mordió por primera vez.

Era la primera vez que Javier usaba un guión escrito. Cuando le anunció que escribiría el guión de un ritual, sintió aquel temor violento y conocido, idéntico al que la asaltaba las últimas semanas durante la representación de las fantasías y que contribuía a excitarla y turbarla todavía más. Reconocía aquel miedo a traspasar una frontera tras la que no encontraría el dolor y la humillación sin escenificaciones, sino algo aún más aterrador: la posibilidad de dejar de amar a Javier. Llevaba semanas intuyendo que corría y buscaba un peligro oculto en aquellos juegos deseados e impuestos, percibiendo el vértigo creciente de no desear más a su marido, sino a los hombres que la estaban poseyendo.

A Mónica le encantaban los donuts de chocolate. Sacó el segundo de la caja y empezó a leer.

Cuando la mujer regresó del trabajo, Javier la estaba esperando. No podía, quizá no deseaba tampoco, disimular su impaciencia. La mujer cruzó el salón y se sentó en el sofá, al lado de la butaca que ocupaba el hombre. Abrió el bolso y sacó las páginas impresas.

Lo haremos con dos condiciones.
Entonces, ¿estás de acuerdo?
No contestó.
Lo haremos con dos condiciones. Una: la palabra de seguridad no será la del guión. La palabra será donuts.

El hombre sonrió.

Te burlas de mí. Veo que te has disgustado.

La mujer no contestó.

Dos: tu perrera no la montaré en nuestro dormitorio, sino en la habitación del sótano. Mañana saldré antes del trabajo, así compraré tu uniforme y lo necesario para amueblar la perrera. El sábado por la tarde me acompañarás al híper y te mantendrás a distancia mientras me observes elegir tu comida. Cumpliré el guión y quiero que tú lo cumplas. A partir de ahora, empieza tu ayuno, sólo beberás agua. En las próxima cuarenta y ocho horas, hasta que te baje a la perrera, no te ducharás, tampoco te la lavarás las manos. Si cagas, no podrás limpiarte. Recuerda que los perros no se tocan, tú tampoco te tocarás, ni siquiera para orinar. No te cruzarás conmigo en el trabajo. Desde este momento no te dirigiré la palabra ni quiero que me la dirijas.

¿Puedo decirte una cosa, cariño?
No puedes decirme nada, sólo donuts.