sábado, 26 de octubre de 2013

Transversa. Ericka Volkova





Le sentí explayándose dentro mientras lentamente le introducía. Despacio, dejando que la vagina le lubricare para continuar penetrándome en ese interminable ahogo que a mi boca enmudecía en un susurrante y sordo quejido, abrazándole con los músculos de la vulva en el redondel de su adusta y firme carnosidad, con mis muslos alzados para rodear sus caderas y entrelazar los tobillos a su acuñada cintura, sin dispuesta estar a que, falta del ímpetu necesario, profanare acaso la decisiva precariedad de una falsa huida. Sus firmes e ingrávidos senos denostaban la obvia prematura de nuestra edad. La inexperiencia de ambas aunaba con la premura de un juego sexual que había soslayado las pocas caricias previas que entre ambas intercambiaremos, apresurándonos entre los besos para desvestidnos de los caprichos que ahora sobre el piso de la habitación desparramados yacían y que a nuestros cuerpos de la impunidad habían cubierto, ocultando la desigualdad de unos ojos cegados, negándonos a observar lo que negado por la prohibición el tabú nos prohibiere. Disformes, amoldamos los cuerpos a ese amorfo anudado, jadeantes la una y la otra, ensordeciendo la cúspide del silencio que nos rodeare, cubriéndonos del atardecer que sobre nuestra sudorosa piel agotare la fatiga de las pelvis que, en movimientos constantes y continuos, a nuestros dispares sexos satisficieren. Y ella, de su genética transversa, de mí hizo que en su cuerpo la belleza yo admirare.

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