No estaba muy segura, ¿cómo debía
colocarse? Quizá él orquestara todo y lo único en que tuviera que
pensar M. fuera en abandonarse al placer de sentir por primera vez el
calor y la suavidad de los dedos de Bruno adentrándose en el cuerpo
a través de su coño. Sentía cómo crecía la felicidad resbalando
por sus labios y pensó que cuando al tacto conociera su miel, iba a
sentirse tímida y muy avergonzada, aunque quizás lo mismo le
excitara sobremanera… Quiso entonces pensar cómo de mojada estaría
su boca pero no con su gel sino con el de él, cómo sería su
sonrisa más brillante que nunca cuando él dejara con sus yemas el
gloss de su cuerpo como dijo que haría. ¿Qué sabría?
¿Querría entonces maquillarla con el color de su adentro una y otra
vez?
La falta de referencia le dio la
sensación de que el vagón le miraba y hasta era capaz de leer su
pensamiento. Habían transcurrido pocos segundos desde que entraran,
buscó a Bruno entre los pasajeros y lo descubrió observándola como
distraído aunque en el fondo no perdía detalle. Estaba disfrutando
al verla a escasos centímetros suyos, turbada y como perdida. “Por
fin” pensó y la polla empezó a reaccionar de manera irrefrenable.
Trató de no resultar inoportuno y se acercó cuanto pudo con el fin
de que notara entre sus muslos cuánto la deseaba. M. buscó
apresuradamente gentes más altas entre las que camuflarse y Bruno
siguió sus pasos muy de cerca para que nadie pudiera descubrir su
abrupto deseo. Se pararon uno frente a otro y entonces sucedió.
Todavía no se explica cómo nadie lo supo, pues casi se sintió
gemir generosa cuando la mano de Bruno buscó y mejor aún, encontró
su clítoris. Pero no quiso detenerse en él y primero paseo con sus
dedos sobre la anatomía oculta por la falda.
“Qué razón tenías” y en ese
instante pensó que todo era desenlace, que tal y como le había
dicho, era ya una sierva para lo que ellos, su sexo y su amo Bruno,
la quisieran. M. quería seguir las normas del juego de los
desconocidos (en realidad no eran otra cosa) pero el deseo de saber
el crepitar de sus ojos fue más fuerte, clavó su mirada en la de él
y entonces sí, el estómago se le hizo tan pequeño. Respiró
profundamente y acercó la mano hasta lo suyo: “¡qué duro!”,
bajó la mirada y lo imaginó como la primera y única vez que lo
había visto. Sus ojos y ahora sus dedos ya lo conocían pero su boca
y su lengua aún lo querían. Su nariz también deseaba olerlo y
perdida en ese pensamiento, creyó que iba a empezar a correrse de un
momento a otro. Volvió en sí rápido y cerró las piernas, quedando
la mano de Bruno atrapada por ellas, entonces la miró y le sonrió,
ella también rió. Cuando pudo zafar su mano de ahí, la cogió por
el cuello mojándolo y atrayendo su cara hasta su boca, primero besó
una de sus mejillas, ardía, y luego la otra.
“Próxima parada…” le hizo una
señal con la cabeza y bajaron. Medio empujada la llevo hasta aquel
rincón, con un golpe severo sobre los hombros consiguió que se
arrodillara ante él, bajó su bragueta y le metió la polla con
tanto vigor que casi consigue ahogarla pero no, a pesar de la
novedad, M. estaba más que preparada y nada podría estropear ese
maravilloso concierto. Apenas tardó unos segundos en llenarle la
boca de semen, tan pronto le cogió de los brazos e hizo que subiera,
quería verle sonreír rezumando su premio, ver cómo M. se relamía y
gozaba llena de él. Acercó su mano de nuevo hasta su coño y con la
primera caricia consiguió hacerle la perra más feliz. Aún no había
dejado de agitarse que ya estaba ideando un segundo, un tercer y
hasta un cuarto encuentro.
Así, Bruno la estrechó contra él y
ella pudo notar la ternura percibida tantas veces en las cariñosas
palabras que le escribía, “¡Fantástico Bruno!” No tenía ni
idea de qué iba a ser lo próximo que sucediera entre ellos,
cualquier cosa maravillosa pues, de cerca, era incluso mejor de lo
que lo había imaginado.
Pocos días de primavera habían
transcurrido y M. y B. supieron que esa no iba a ser una cualquiera,
pero eso él ya lo había augurado.
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