domingo, 16 de septiembre de 2012

Bambú. Carmen Pola




No estaba muy segura, ¿cómo debía colocarse? Quizá él orquestara todo y lo único en que tuviera que pensar M. fuera en abandonarse al placer de sentir por primera vez el calor y la suavidad de los dedos de Bruno adentrándose en el cuerpo a través de su coño. Sentía cómo crecía la felicidad resbalando por sus labios y pensó que cuando al tacto conociera su miel, iba a sentirse tímida y muy avergonzada, aunque quizás lo mismo le excitara sobremanera… Quiso entonces pensar cómo de mojada estaría su boca pero no con su gel sino con el de él, cómo sería su sonrisa más brillante que nunca cuando él dejara con sus yemas el gloss de su cuerpo como dijo que haría. ¿Qué sabría? ¿Querría entonces maquillarla con el color de su adentro una y otra vez?

La falta de referencia le dio la sensación de que el vagón le miraba y hasta era capaz de leer su pensamiento. Habían transcurrido pocos segundos desde que entraran, buscó a Bruno entre los pasajeros y lo descubrió observándola como distraído aunque en el fondo no perdía detalle. Estaba disfrutando al verla a escasos centímetros suyos, turbada y como perdida. “Por fin” pensó y la polla empezó a reaccionar de manera irrefrenable. Trató de no resultar inoportuno y se acercó cuanto pudo con el fin de que notara entre sus muslos cuánto la deseaba. M. buscó apresuradamente gentes más altas entre las que camuflarse y Bruno siguió sus pasos muy de cerca para que nadie pudiera descubrir su abrupto deseo. Se pararon uno frente a otro y entonces sucedió. Todavía no se explica cómo nadie lo supo, pues casi se sintió gemir generosa cuando la mano de Bruno buscó y mejor aún, encontró su clítoris. Pero no quiso detenerse en él y primero paseo con sus dedos sobre la anatomía oculta por la falda.

“Qué razón tenías” y en ese instante pensó que todo era desenlace, que tal y como le había dicho, era ya una sierva para lo que ellos, su sexo y su amo Bruno, la quisieran. M. quería seguir las normas del juego de los desconocidos (en realidad no eran otra cosa) pero el deseo de saber el crepitar de sus ojos fue más fuerte, clavó su mirada en la de él y entonces sí, el estómago se le hizo tan pequeño. Respiró profundamente y acercó la mano hasta lo suyo: “¡qué duro!”, bajó la mirada y lo imaginó como la primera y única vez que lo había visto. Sus ojos y ahora sus dedos ya lo conocían pero su boca y su lengua aún lo querían. Su nariz también deseaba olerlo y perdida en ese pensamiento, creyó que iba a empezar a correrse de un momento a otro. Volvió en sí rápido y cerró las piernas, quedando la mano de Bruno atrapada por ellas, entonces la miró y le sonrió, ella también rió. Cuando pudo zafar su mano de ahí, la cogió por el cuello mojándolo y atrayendo su cara hasta su boca, primero besó una de sus mejillas, ardía, y luego la otra.

“Próxima parada…” le hizo una señal con la cabeza y bajaron. Medio empujada la llevo hasta aquel rincón, con un golpe severo sobre los hombros consiguió que se arrodillara ante él, bajó su bragueta y le metió la polla con tanto vigor que casi consigue ahogarla pero no, a pesar de la novedad, M. estaba más que preparada y nada podría estropear ese maravilloso concierto. Apenas tardó unos segundos en llenarle la boca de semen, tan pronto le cogió de los brazos e hizo que subiera, quería verle sonreír rezumando su premio, ver cómo M. se relamía y gozaba llena de él. Acercó su mano de nuevo hasta su coño y con la primera caricia consiguió hacerle la perra más feliz. Aún no había dejado de agitarse que ya estaba ideando un segundo, un tercer y hasta un cuarto encuentro.

Así, Bruno la estrechó contra él y ella pudo notar la ternura percibida tantas veces en las cariñosas palabras que le escribía, “¡Fantástico Bruno!” No tenía ni idea de qué iba a ser lo próximo que sucediera entre ellos, cualquier cosa maravillosa pues, de cerca, era incluso mejor de lo que lo había imaginado.

Pocos días de primavera habían transcurrido y M. y B. supieron que esa no iba a ser una cualquiera, pero eso él ya lo había augurado.

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