Ese
pequeño y sordo quejido que expeléis como inconsciente consecuencia
de la penetración certera y adusta es más
que un apóstrofe simple, pues aun cuando éste por un pequeñísimo
instante le emitís, evapora en el aliento la sensualidad de ese
deseo acrecentado que os ha sido en el cuerpo cuidadosamente con las
caricias entretejido, estremeciéndoos al contacto de los dedos
deseosos que los pudores han explorado; que los recónditos recovecos
han descubierto, deslizándose dentro de las coyunturas de unos senos
ingrávidos de pezones enhestados o caminando cual paciente
transeúnte por la espalda, escurriendo plácidos en el recorrido que
la columna a los glúteos les lleva, adentrándose por la periferia
de su circunferencia para en los muslos aferrarse y marcadles de un
rojizo escaldo.
Cuando
de la boca el quejido simple os es arrancado
no es por la llana consecuencia sencilla de una dolencia producida,
pues el grato suplicio del lascivo deseo con el lamento atrás ha
quedado, y en esa intempestiva sagacidad que su pene os ofrece, os
percatáis de su flexible rigidez cuando en la bragadura le sentís,
adentrándose cálidamente palpitante, introduciéndose dócil al
mandato de una pelvis que le induce distender los músculos de una
vulva que, instigándole a su recorrido continuar, tenazmente le
abraza por su cilíndrica curvatura mientras que en su adentrada
travesía impedimento no encuentra. Deseosa os encontráis entonces
del quejido en espasmódico gemido convertir, mas acalláis en la
soltura del falo diestro que la cavidad abandona, deseándole en
sordo clamor que el quejido nuevamente de los labios os sea
extirpado, que por la vulva húmeda él nuevamente profundo se
introduzca, y sin áspero sosiego, con ese pequeño quejido, le
exhortáis os traspase una, y otra, y otra vez.
Escucháis
entonces la voz propia y sentís los
sonidos que el cuerpo os recorren, acariciándoos de su aliento que
desde los hombros por la espalda a la cintura escurre para a las
caderas asirse, y en el movimiento continuo descendéis las piernas
para unidles, oprimiendo su pene para entorpecer su empuje,
ajustándole a la conformidad de los muslos y vagina, retardando la
inevitable viscosidad que, profunda, habrá quizás tarde de ser
expelida.
Ese
pequeño y sordo quejido, cuando de la boca os es arrancado, no es la
llana consecuencia sencilla de tan sólo
ser penetrada.
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