Resonó
en su cabeza, el golpe seco, choque de puerta y dintel, la que el día
antes había atravesado entre supuestos y conjeturas, deseando que
llegado al punto culmen todo fuera como debía. No iba desencaminada,
ni siquiera cuando los pasos dados en medida distancia, celeridad
precisa, aún a costa de la inquietud y nerviosismo, más propio de
una adolescente, que de una mujer madura, zigzagueaban en curvas
asfálticas de la ciudad natal que ahora le ofrecía, dadivosa,
motivaciones imprevistas, súbitas escenas que esbozaba en su cabeza,
cortos y minirrelatos suficientes para hacer un maratón de
sensibilidades en versión original. El portazo siguió retumbando
durante el descenso, en cuenta atrás, de los siete pisos, no eran
números, estaban ahí, las respuestas a aquellas que hizo en sentido
contrario, una tras otra, aclaradas y resueltas.
Notaba
en su boca un sabor olvidado, el que postergó en pos de un "querer
estar" sin más pretensiones; el sabor de su polla, ese último
momento de gozo que experimentó, felación ejecutada con torpeza,
dada la falta de hábito, ni siquiera podía recordar la última
realizada, y sin embargo el temor quedaba atenuado por la lascivia
que experimentaba y deseo de traspasarle con su saliva la misma
sensación que había experimentado cuando le había tenido entre su
piernas, dentro de ella, dentro de su coño húmedo y cálido,
provocándole un orgasmo casi eterno.
Apretaba
con fuerza los libros, pegado a su pecho, él, poesía reveladora, la
que ahora lee queriendo aprender, versos, esos u otros que
perfilaron, en su cabeza e interior, lo anterior y lo posterior; el
cambio de lo que creyó inamovible, pétreo, frío. Y sin más
remedio, volvió al asfalto, intentando contener la pregunta del
"después de", ahora sin ondulaciones, sin metáforas,
aquellas que las musas reclamaban, las escritas por sus diálogos,
sus miradas, sus caricias, sus besos, porque ahora, sin retóricas,
explícitamente, le echa de menos.
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