Mi
madre nunca me ha querido. Y por eso me convirtió en un monstruo de
amor. Siempre he deseado más amor del que me podían ofrecer.
Siempre he deseado el amor que no encontré en mi madre. Y por eso le
pedí a los hombres un amor gigantesco, sin condiciones, sin límites,
sin final, como supongo que debe de ser el amor de una madre. Los
monstruos de amor deseamos ser amados sin pausas, sin descensos. Los
monstruos de amor somos increíblemente ingenuos. Creemos en las
cimas y en la vida en las cimas. Y eso es imposible. En la cima te
congelas, te comen los buitres, o te mueres de hambre.
Recuerdo
la historia de una muchacha que subió descalza hasta una cima, en
Alicante, el cerro de las Águilas. Antes de marcharse dijo, me voy
porque es el fin del mundo, se tendió en la cima tranquilamente, y
murió. En las cimas uno siempre está solo. Los alpinistas del amor
somos solitarios que llevamos a cuestas la máxima altitud. He
llegado a la conclusión de que toda mi vida he buscado el amor de
una madre. Y yo he amado con la bestialidad de una madre, de una
novia, de una hermana, de la patria y de los ahogados del Sena, todo
junto.
TU
MADRE ME COME LA POLLA.
Voy
buscando a alguien que me ame por la forma que tengo de comerme el
arroz, alguien que no sepa quién soy, alguien que me vea en un
restaurante chino, comiendo arroz, y empiece a amarme, sólo por eso,
por la forma en que tengo de masticar el arroz, de tragarlo, de
poseerlo en mi estómago, nada más, alguien que me ame por verme
comer arroz, alguien que no me maltrate por comer mucho, o poco o no
comer, como tú me maltrataste mamá.
Mamá,
si me hubieras cantado esta nana no hubiera necesitado a nadie,
hubiera sido fuerte, te hubiera tenido a ti, mamá, no hubiera
suplicado amor como una indigente, pero me hiciste indigente, me
arrodillé a los pies de los hombres, me abracé a sus piernas
suplicando amor, me dejé arrastrar por unas escaleras suplicando
amor. Escucha, mamá, esta es la nana que deberías haberme cantado.
Esta es la puta nana que deberías de haberme cantado.
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