miércoles, 20 de febrero de 2013

THE TURN OF THE SCREW. Emilio M. Martínez Eguren




(Habla Peter Quint):

     A los que vivimos después de morir, en un espacio de tinieblas pálidas, en una condenación fría y vacía, nos es dado volver al mundo, si nuestra maldad exige un cumplimiento definitivo, si podemos realizar un último apogeo de la corrupción. Y además necesitamos la materia, a la que añoramos, para poder continuar el amor tras la muerte, mi amor perverso hacia Lilith Jessel.

Ella y yo nos encontramos hace un tiempo en este ámbito de silencio y soledad, sin más fantasmas que nuestras dos almas sucias, mas no lográbamos el contacto anhelado, el amargo y violento estrechar de los cuerpos. Nos mirábamos sin ojos, fundíamos las conciencias, pero nos faltaba algo, la carne en que expresar el éxtasis. Cierta intuición prodigiosa nos reveló la posibilidad: una sutil infiltración a través de los dos niños que tanto nos quisieron, esos Flora y Miles que seguían viviendo, y a los que habíamos iniciado en el camino de la perdición, en las normas secretas y profundas de esa maldad que es la fuente de los más altos goces, gracias a una depravación gloriosa; aquellos niños que, entre risas, nos vieron cometer los actos más impuros. ¡Qué hermoso es corromper un alma inocente! Y empezamos: fue fácil como un juego. Cierto es que, al principio, la presencia de esa nueva institutriz nos molestó como una intromisión inoportuna. Mas en seguida vimos que podía constituirse en un divertimento, un añadido a la expansión del mal, algo que siempre nos alegra. Con un inapreciable esfuerzo de voluntad, conseguíamos ser visibles para la pobre señorita, y la espantábamos como en un tópico relato de fantasmas, con variados efectos visuales, sonoros, térmicos, en una maravillosa manifestación de creatividad artística. Se volvió medio loca. Mientras, poco a poco comenzamos a controlar las mentes de los niños, y a entrar en sus cuerpecitos. No sé cuál era el máximo placer, si modelar la conciencia de los inocentes, o si meternos en su tibia materia, y así, durante unos minutos, yo en Miles y Jessel en Flora, poder entregarnos a las más salvajes formas de un sexo asqueroso, más infame aún al realizarse mediante dos cuerpos infantiles. Y era muy gracioso ver las tiernas almas de Flora y Miles (al lado de las nuestras, compartiendo el mismo espacio) atónitas ante los inmensos placeres que les eran revelados. Todavía no sé si llegaron a saborear alguna onda de nuestros orgasmos. Pero, por una ley desconocida, tales fornicaciones únicamente duraban unos instantes, y Jessel y yo debíamos salir de los niños, a los que, no obstante, nos era permitido regresar al día siguiente. Por cierto, una vez la tonta institutriz nos sorprendió, es decir, vio a Flora y Miles copulando, sus bocas emitiendo indescriptibles obscenidades, oyó palabras y gemidos que eran los míos y los de mi Jessel. Horriblemente espantada, separó a los niños, se llevó a Flora y, a partir de entonces, sus sueños fueron húmedos. No se atrevió a asumirlo, tal vez quiso borrarlo de su memoria, en todo caso no dijo nada nunca, ni a la señora Grose ni a nadie, y por supuesto omitió este episodio en su tímido y estúpido manuscrito (que luego sirvió al señor James para componer una célebre novelita).

Un día comprobamos con pesar que no podíamos penetrar más en los niños. Ya no nos servían. En un acceso de furor, acabé con la dulce vida de Miles, ante la estupefacción de la institutriz, que creía poder hacer algo frente a mi potente presencia. Aunque esta enloquecida e ignorante señorita había enviado a Flora a Londres, puede que debido a la erótica escena antes referida, mi querida Lilith Jessel no permaneció ociosa, y, emulándome (¡tal es la fuerza del amor!), a las pocas semanas mató a la niña, con lo que ahora estamos los cuatro en este infierno vacío, en estas tinieblas pálidas, y buscamos nuevos cuerpos con los que fornicar entre nosotros a través del tiempo interminable.

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