Hacía frío, ese puto frío que te recuerda que duermes solo.
Fuera
del hastío rutinario, ahogado en angustia.
Un
recuerdo en forma de úlcera, ella.
Ser
inútil abocado al llanto.
No
podía dormir.
Vi
a esa puta.
Estaba
igual.
Bebimos.
Follemos.
Sí.
Follemos
como bestias.
Y
la llamé.
Y
la volví a llamar.
Habló.
Tembló.
Lloró.
Ya
no tenía ganas de mamarla. Ya no había sueño que le sostuviese la
mandíbula.
Putrefacta
y rota.
Me
rompió a mí.
Desde
entonces, se volvió úlcera.
Y
no pudo dormir.